viernes, 10 de septiembre de 2010

El vuelo


La mujer deja que sus ojos recorran las gotitas que caen sobre la ventana, lentas, frágiles. Una brisa descolorida le acaricia la frente, y bosteza. El cielo yace tenue sobre su mirada nublada, como una luz obstinada en no iluminar. Su cuerpo pesado y desbordante contrasta con la sutil belleza de su rostro, con el hermético encanto de sus pupilas. Ha pasado horas en la misma posición, oyendo el vaivén de su respiración y viendo caer una tras otra las gotitas de lluvia en la ventana.
Sobre la cama, restos de comida miran burlones, y las cartas desparramadas entre las sábanas buscan refugio. Las palabras se deslizan en su boca como carozos, como piedras que se arrojan al vacío, como gotas de agua descarriadas. Historias de amores desencontrados, adioses y lágrimas, secretos inconfesables, noticias inesperadas, relatos. No entiende cómo puede caber tanto en tan pequeños papeles, ajados, sucios por el tiempo, húmedos, amarillentos. La mujer acerca las cartas a su nariz, disfruta del olor a viejo, percibe el correr de la sangre y el latido rápido en las letras escritas a mano. Imagina los dedos escribiendo a borbotones, volando como mariposas, y transpira con emoción. Finalmente, es aquí donde sus emociones existen, entre las letras arrugadas y feroces.
Un sobre azulino en sus rodillas, más allá un pequeño papel perfumado, en su falda varias hojas y fotos. Los trozos de comida se mezclan con los papeles escritos, e intoxican el aire con insistencia.
Las historias no son suyas, son historias tomadas sin permiso, sacadas de cajones ajenos. La mujer no tiene historias propias. Se mueve pesadamente entre la comida y los papeles, como un animalito que no sabe lo que busca, respira con dificultad y mira con algo de asombro.
La noche se apodera del cuarto, manto oscuro y encantador, y la envuelve en sueños.


El pequeño insecto revolotea, sus alas se mueven alegremente y titilan bajo la luz del amanecer.
Azul, rosa, blanco, colorean el movimiento. Danza saltarina, recorre los bordes del acolchado, se mete entre los huecos de la biblioteca, se posa en los papeles y los sobres arrugados, busca allí el néctar que no hallará. Entra en un cajón, sale de él, roza una carta abierta.
Un leve salto, un vuelo repentino hacia la luz, el marco de la ventana abierta, el aire fresco. El pequeño insecto agita sus alas bajo el brillo cálido del sol naciente.
Deja a la habitación vacía.
Y vuela, bella y sutil.
Y sueña que es una mujer.


Carolina Bugnone.

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