sábado, 11 de septiembre de 2010

La mirada

Cada vez que entro en la cocina, ese Bayleys me mira cerrado, expectante. Encuentra mis ojos ni bien paso cerca, no me pierde de vista. No lo abro, no quiero romper esa mirada profunda que me hace tambalear y a veces me eriza cuando me paseo, disimulando, entre la vajilla y los alimentos.
Intenté hacer caso omiso a esas pupilas empalagantes, deteniéndome en el mate largos minutos, mientras saboreo el abrazo amargo a mi garganta, declino ante el calor de yerba… otras veces, quedándome en el té calmante de ciertas noches de ausencia e imprecisiones. O acudo al inefable y eterno vaso de agua, así no más, de la canilla.
Sin embargo, no hay caso. La pequeña botella redondeada me mira con picardía y me trae un perfume inolvidable.
¿Debiera abrirla de una buena vez?, me pregunto. ¿Debiera dejarla deshacerse en la memoria de sus ojos?
Ya no me importa la dulzura de su interior, sólo su mirada. Por eso no la toco. Sólo me paseo cerca y me dejo sucumbir por la intensidad de esos huecos de alcohol.

Y cuando esa mirada me ataca, me dejo atravesar.

2 comentarios:

  1. Ese final... termina, acaba.
    Hoy (me) cuesta leer las palabras terminadas, los escritos rematados y que te dejen diciendo
    ¡Uauuu!
    Me cuesta porque no las encuentro.
    Quizás, entre muchas más cosas, por eso te leo.
    A mí así me encanta.

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