domingo, 29 de mayo de 2011

EL POST DE LOS LUNES: traumdeutung II


Estamos en el comedor, la mesa tendida, mi viejo a mi izquierda, el resto de la familia dando vueltas por ahí, a punto de sentarse. Entra mucha luz por las ventanas, todo se ve bien.

Suena el timbre y yo sé que sos vos, me corro (estoy en la punta de la mesa) y te hago un lugar.

Tenés el pelo distinto, decolorado, rulitos, raro. Te miro y me río un poco de eso.

Te pusiste un jean color crudo y una camisa nueva, te quedan muy bien.

Nos paramos y nos miramos frente a un espejo enorme, me abrazás desde atrás y vemos nuestra imagen reflejada. Quedamos lindos, nos gusta. Es como si nos quisiéramos.

Si no fuera por el despertador.
                                                                                           

jueves, 26 de mayo de 2011

Dolores, de Gabriela Cancellaro*


Me duele una muela. Me hice un tratamiento de conducto y creo que algún nervio quedó vivo, porque cuando me descuido y la rozo con la de abajo me sacuden pinchazos de dolor. Me resisto a ir al dentista aunque empiezo a convencerme de que no tendré más remedio si la cosa sigue así.

Lo comento elevando la voz sobre los paneles del box en el que paso el 30% de mi semana. Desde la otra punta del pasillo abarrotado de divisiones de durlock oigo a Amanda.

-          AY ay ay mi cabeza, mi cabeeeeza.

Amanda es una vieja mala, una hija de puta. Esas minas que se han quedado solas en la vida porque sus hijos decidieron irse lejos al comprobar que estar cerca de ellas en la vida adulta sólo les produciría conflictos y sufrimiento innecesarios. Amanda pasa los días en busca de coincidencias que le permitan conversar al lado del dispenser de agua, y no se da cuenta (o finge no hacerlo) de que cuando ella llega al dispenser los que están allí se evaporan.

Hemos llegado a pensar que Amanda es en realidad una trampa del gerente, una especie de rompehuelgas minorista, que con su sola presencia desintegra cualquier posibilidad de comunicación entre el resto de los miembros de “su equipo”, como a él le gusta llamarnos cada vez que se dirige a nosotros pese a nuestras miradas hostiles. Amanda llega primera y se va última, como si lo más divertido que le pasara en el día fuese estar allí entre esas cuatro paredes blanco tiza, bajo esos tubos fluorescentes que yo estoy segura que dan cáncer.
Y a Amanda le duele la cabeza.

Trato de retomar el hilo acerca de mi muela pero el “ayayay” que se oye de fondo me lo impide. Cada vez que empiezo a hablar, ella dice algo como “es del lado donde una vez me caí, puede ser una embolia”, o “es como un latido, bu-bum, bu-bum, bu-bum, bu-bum”. Y con el bu bum de fondo que se impone al tacatacataca de los teclados, yo trato de redondear la idea, a ver si alguno me puede decir una palabra de consuelo o darme algún pretexto que me tranquilice y me impida pensar en que tendrán que volver a meterme un torno en la boca para solucionar un problema que no estaba allí antes de que me metieran un torno en la boca. Mientras tanto pienso que no hay manera de que un dolor de cabeza sea tan terrible como un nervio que debería estar muerto y no lo está.

Alguien (creo que Federico) se apiada o se cansa y le ofrece un analgésico, pero Amanda es alérgica y lo rechaza. Oigo una silla que se desplaza hacia atrás y escucho unos pasitos que reconozco mientras se acercan por el pasillo. Su voz no tarda en sonar a mis espaldas.

-     ¿A vos te gusta la obra social?

Le digo, sin levantar la vista del teclado, que éste tal vez no sea el mejor momento para hacerme esa pregunta, porque estoy dolorida y mi opinión puede verse influenciada por ello. Hubiera sido mucho más fácil contestar que sí. Pero estoy enojada con Amanda por haber interrumpido mi queja y mi dolor auténtico por uno que estoy segura que es inventado. Es que Amanda está loca. En el fondo, no la mando a la mierda porque me da miedo que el día que decida matarnos a todos yo caiga primera por haber disparado su ira. Me da miedo que ese día entre y se me venga al humo a mí primera, que no podré esconderme y huir mientras ella liquida a algún otro compañero.

-          No – continúa – porque yo fui a la guardia una vez que me dolía el estómago, ¿y sabés qué me dijo el médico? Que eran gases. Me mandó a casa y no me dio nada de tomar. No sabés la noche que pasé.
Escucho el movimiento de la silla frente a la mía, detrás del panel que tengo cubierto con imágenes de vacaciones, familia y amigos. Me imagino a Soledad que se asoma por los costados y mira a Laura de un lado y a Alejo del otro. Casi los veo mientras los tres se ríen en silencio de lo que me pasa.
Le explico a Amanda (con la mayor amabilidad posible por el temor a volverme su objetivo a masacrar) que estoy terminando algo muy importante, que necesito concentrarme, que me disculpe.

-          Claro, claro.

Se aleja por el pasillo, una oleada de dolor me sube desde la encía hasta el ojo que cierro como si tuviera un tic nervioso. Los pasos se detienen y oigo el giro 180 grados, previo a que los pasos vuelvan a acercarse a mi box.

-          Sabés qué, querida, yo voy a hacer una carta, apenas se me pase este dolor de cabeza, exigiéndole a Sergio que nos mejore el plan de la obra social. Le voy a contar lo de los gases y esto que te pasó a vos, después la firmamos las dos y yo se la entrego, ¿te parece?

Quiero decirle que Sergio no puede mejorarnos nada. Primero porque no quiere, segundo porque Sergio es el forro de seis tipos que están encima de él y que con nosotros puede dárselas de gerente, pero todos menos ella sabemos que en realidad es un triste lameculos de cualquiera que tenga una oficina medio metro más grande que la suya.

Mientras miro a Amanda que se agarra la cabeza como si tuviera miedo de que se le fuera a escapar materia gris por alguna parte, un pinchazo me sacude la boca y sube hasta la sien. Amanda dice algo más pero no la entiendo, asi que asiento y giro mi silla dando por terminada la conversación. Ahora sí, Amanda vuelve a su escritorio. Por el camino repite “bu-bum” y comenta como al pasar que está un poco mareada y que está segura de que el botiquín de primeros auxilios no tiene los implementos para curarla si se cae desmayada y se parte la frente. El tecleo de los otros dieciocho empleados me rebota en la cabeza, como música de fondo de los quejidos de Amanda.

Vuelvo a mis planillas. Mientras trato de controlar el dolor, me pregunto por cuánto podrá conseguirse una ametralladora en el mercado negro.



* Gabriela Cancellaro, guionista, docente en la Facultad de Ciencias de la Comunicación (UNLP), feminista, escritora, cantante in progress y diosa.

www.noentiendonada.wordpress.com
www.acidocatartico.wordpress.com

miércoles, 25 de mayo de 2011

Feriado*

Resulta que hoy, feriado, iba con el auto por Córdoba desde Juan B. Justo y paré en el semáforo de Paso.
Y ahí los vi.

Ella estaba apoyada en el poste de luz que hay en esa esquina en la parada del 153, rubia, sin maquillaje, seria, bonita.
Él muy cerca, enfrentado a ella, con barba, fachero.
Tendrían veintipico.

Le hablaba, cada tanto bajaba la cabeza. Le dio la mano.
Ella no se la sacó, lo dejó.

La miré, ví que le hizo una cara rara, no parecía enojada sino más bien triste o de mal humor o con incertidumbre. Estaba a punto de llorar.

Él le volvió a hablar, a bajar la cabeza, a hablar y movió su mano aferrada a la de ella.

Ella le dijo algo.

Yo los miraba. Qué loco es ver a una pareja discutiendo, o en crisis, peleándose o reconciliándose en la calle. Los gestos de uno, de otro. Qué se estarán diciendo. Se querrán. Qué querrá uno del otro. Seguirán juntos. No seguirán juntos. Un reencuentro. Una despedida.

No sé, el semáforo se puso en verde y me fui.



* publicado en Psicofango I, La Pequeña Editorial, septiembre de 20011, Mar del Plata.

Para adquirirlo, dirigirse a las librerías marplatenses: Jean Sibelius https://www.facebook.com/sibeliuslibros o Polo Norte https://www.facebook.com/profile.php?id=1794197083
O contactarse con la Página de Psicofango en Facebook https://www.facebook.com/Psicofango
La Pequeña Editorial www.lapequeniaeditorial.blogspot.com 
Valor $20.



lunes, 23 de mayo de 2011

EL POST DE LOS LUNES: El Triste*


(relato inspirado en charlas marinas con Héctor Ramón Cuenya)

Se pone los broches en la botamanga del pantalón marrón de gabardina, se sienta en la bici y enfila para Juan B. Justo desde Jara. Pedalea y pedalea con parsimonia, el pelo engominado con lord cheselin y una colonia barata, camisa blanca y bolsito también marrón colgado hacia un costado. Hay un poco de viento y el cielo se puso gris, como se pone siempre en Mar del Plata en agosto a las seis de la tarde. Pero el aire no le mueve ni un pelo, que está bien quietito en su lugar y además él va lento pero seguro, sabe dónde quiere llegar.

El Triste se va a encontrar con Vera, que lo espera con el mate y recién bañada, la blusita rosa y la falda negra, con radio nacional de fondo, justo a la hora en que pasan los tangos.

El Triste llega, le toca el timbre y Vera amplía una sonrisa de dientes torcidos y mal aliento, está tan contenta.
Tantea la puerta y lo mira con esos ojos blancos y vacíos –no es una metáfora, Vera no ve- y le regala esa bocota sonriente y desmesurada. El Triste la besa rapidito, le da un paquete de facturas y le dice Cómo está la rubia más linda del barrio. Vera le dice Ay Triste, tan galante vos.

Se sienta cabizbajo, como siempre, y canturrea San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo… justo lo están pasando en la radio.

Se toman unos mates y cuando están lavados, el Triste le dice Vamos a pasear, rubia. Y van. Ella sale sin el bastón blanco porque va con él.

Toman Juan B. Justo para el lado del mar, ella le aprieta el brazo más por amor que por andar en la calle y él le canta el tango más triste que conoce.

Cuando llegan a un bolichito oscuro y maloliente, el Triste se topa con el Negro y le dice Acá tengo lo tuyo. Entran, Vera cree que van a tomar un cafecito, y lo toman. Y además el Triste le entrega el paquetito con merca al Negro y recibe la plata, en una esquinita del bar, donde están los mismos de siempre: el Gordo, el Ñato, el Justiciero.

Están en eso cuando entran al lugar dos muchachos con pinta de quilomberos, y efectivamente, hacen quilombo. Le piden al mozo cerveza casi a los gritos y putean a uno que según ellos, los mira mal.

El Triste se queda en el molde, mira para abajo, apaga el cigarrillo, se toma otro traguito del café. Vera lo agarra fuerte de la mano, él le dice Tranquila Vera. Y el Justiciero se levanta de la silla, despacito, es un tipo flaco, morochito, de pelo corto, bajito, con las orejas puntiagudas. Si alguien lo mira sin detalles parece un gnomo o un duende. Se levanta de la silla, empuña su 45 y pum pum. A la mierda. Los baja con un par de tiros y sale corriendo, en su moto. No tiene miedo el justiciero, es buen pibe pero medio impulsivo.
Antes de que a Vera le dé un ataque de nervios, el Triste se la lleva casi flameando al viento, se suben en un taxi, Verita, mi percanta no se me asuste; peor es la sandía con vino.

Y la besa cortito y triste.


*a publicarse próximamente en el libro de cuentos "Humo", Primer Premio al Concurso Literario Municipal Osvaldo Soriano en la Categoría "Cuentos", 2011, Mar del Plata.

viernes, 20 de mayo de 2011

Breve divague musical del viernes por la noche

Cat Power

Mundofox muere en un tele silencioso y completamente inadecuado, con una serie yanqui de policías, sórdido y absurdo como esta noche. Debe ser que tengo de fondo a Cat Power en la net, muriéndose de pena y desenfundando sensualidad con una pericia armamentista que me deja sin palabras.

Siempre quise tener una voz grave y cantar así, lo que ella canta o algo más jazzero o un tango, o simplemente hablar unos tonos bien abajo. No es que esté disconforme con mi voz, aunque prefiero evitar escucharme en cualquier grabación. Pero digo, la voz tipo Cat viene con un plus de seducción y aplomo difícil de conseguir de otra manera.

No me engancho demasiado con los gritos de Janis Joplin, más allá de que se la reconoce como una diosa en lo suyo. Tampoco con los chillidos de Celine Dion o Wihtney Houston. No. Cat es “la” voz.
Y también me gusta la dulzura y precisión vocal de Marisa Monte.

(A quién le  importará esto, me pregunto absurda y sórdida como la noche y la serie yanqui en la tele).

Hace poco, digamos dos días, escuché por primera vez a los Mal De Parkinson, y para mi sorpresa me gustaron. Sí, son medio bestias y desafinan, pero el punk tiene una cosa irresistible (imposible olvidar a mi Attaque 77 de principios de los 90s). 
El ritmo veloz de la batería es como un combo de respiración agitada y apuro, ansiedad por llegar a algún lado, por acabar, movimiento ligero que pide un final. Atolondramiento y falta de aire. Uno se imagina a un adolescente en sus primeras experiencias sexuales, a eso me suena la velocidad del punk. Y la letra que escuché era digna del más clásico tango: desamor a full. Eso ya no tan de adolescente. Bah, no sé, no hay edad para empezar a sufrir por ese temita.

De Marisa Monte me encana “Ilusión” a dúo con Venegas, es una canción bellísima y triste y esa versión me resulta muy atractiva.

Pero me parece que hoy voy a terminar como siempre, deprimiéndome con algo de Tom Waits: Martha o Take me home.

O I hope I don´t fall in love with you.




http://www.youtube.com/watch?v=x7BLDW_cgpE&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=KX4apvTdvzE

jueves, 19 de mayo de 2011

traumdeutung


Era de tarde, estaba templado pero oscuro. Entramos por el pasillo ancho, adelante caminábamos alguien que no recuerdo y yo, y detrás en fila ellos: la pareja, la niña pequeña y el hijo mayor.

Veníamos charlando, despreocupados, sobre cuestiones banales. Cada tanto un silencio.

Cuando me di vuelta para continuar con la charla, advertí un tremendo pozo sin tapar, o mejor dicho, con una tapa de hierro rota, completamente agujereada, en el pasillo por donde acababa de pasar tres pasos antes, esquivándolo. La pequeña, de dos o tres años, venía corriendo derecho hacia el agujero.

Grité dos veces.

Nadie reaccionó. Y  la nena cayó directa y ferozmente a la boca negra, y nadie dijo nada. Salí corriendo, me tapé la cara, lloré, creí que me descomponía. Esperaba el llanto de la madre, su desesperación, pero no llegó.

Fue lo que más me impresionó, la inmutabilidad de esa gente.

Imaginaba a la nena ahogándose en el barro acuoso del fondo o llevada por alguna corriente que desconocía. Intolerable. Intolerable para mí, el estómago se me destrozaba e imaginaba que vendría algún rescate o algo parecido.

Nada de eso sucedió.

La nebulosa cubrió la sucesión de los acontecimientos, sólo recuerdo haber compartido un campamento con esta familia la noche misma del episodio, verlos abrazados y casi sonrientes, el hijo mayor aparte, la madre me miraba con cara de “Dios quiso esto por algo y yo lo acepto”. Claro, pensé, es de esa gente que acepta todo porque dios se lo mandó.

Y de hecho al día siguiente, cuando comenté esto con dos señoras amigas, mayores que yo pero buena onda, me dijeron lo mismo. Que ellos se amparaban en dios y por eso estaba bien que no reaccionaran. Que la desubicada era yo.

No salía de mi asombro.

La escena se complejizó al transitar más pasillos que resultaron ser el detrás de escena de un teatro, luego de un colegio, por donde uno de los alumnos se escapaba de una clase mientras me miraba con cara de “No lo digas por favor”.

Yo no dije nada, pero no me podía sacar de la cabeza a la nena de dos o tres años cayendo por el pozo sin tapar.

De hecho, aunque me despertó el celular en función “recordatorio” (“Demonios, arriba!”) podría haber abierto los ojos por el ahogo, el barro en la nariz, entre los dientes, bajo las uñas y la taquicardia.

martes, 17 de mayo de 2011

Lo pasado no pisado

Marta con la guitarra, María Elena sentada, un cura tercermundista y otro amigo

Es lunes a la noche, acabo de cambiar de lugar los muebles del living y se está mejor así. En el sillón, con mi hijo sentado al lado completamente ofendido porque quiere ver “Estoy en la banda” en Disney XD. Yo puse 678.

Paula Logares, locuaz, clarísima, bonita, fuerte, habla fluido y transparente. Y mientras cuenta sobre su historia, sus apropiadores, su reencuentro con su familia de origen, repite varias veces que suele olvidarse datos, fechas, lugares. Y se ríe “Me pasa, me olvido”, y da a entender que su cabeza se protege del dolor olvidando. Como nos pasa a casi todos, pero para ella es peor.

Yo también me olvido de los datos que rodean el secuestro de María Elena y Marta Bugnone, las hermanas de mi papá. Los leí, leí los testimonios oficiales de quienes compartieron cárcel con Marta (de María Elena no hay), leí sobre los lugares en que fueron secuestradas, en dónde estuvieron detenidas, los nombres de sus secuestradores, en qué partido militaban, en qué fecha exacta las secuestraron, cuándo fueron los “traslados” en los que tal vez abordaron uno de los vuelos de la muerte.

Leí, pregunté, hablé con mis viejos. Pero no, no retengo esos datos.

Mis hermanas Flor y Ana, empapadas de la cuestión, saben, saben todo. Todo. Ellas sí registraron lo que pudimos averiguar, lo que recuerdan nuestros padres y lo que se supo después. Flor es una enciclopedia viviente al respecto. Ana trabajó en la Comisión por la Memoria en La Plata.

Yo, la colgada, la que vive en un frasco, la que parece más desprendida del asunto, la que no milita, la que impresiona más indiferente. No me acuerdo de casi nada de todo lo que ya sé. La colgada se olvida de todo, tal vez pensarán.

Y sí, se olvida de todo.

Porque no soporto recordarlo, no soporto imaginar los días y los meses y hasta los años -según un testimonio- de tortura y de horror. No voy a abundar en detalles, no voy a decir lo que ya se dijo tantas veces, no voy a meter la cuchara en el morbo tremendo que ya conocemos. No quiero, me niego.

Qué loco, el estandarte fue y es que no hay que olvidar porque el olvido mata un poco las cosas, aunque sabemos bien que las cosas (la verdad, digo) no se dejan matar tan fácilmente y retornan siempre, pero siempre, de alguna u otra manera. Y yo no quiero que nada de eso se muera sin su debido duelo, que se muera cuando se tenga que morir. Aunque sospecho que detrás de un trauma social así hay un duelo medio interminable.

Y sin embargo, me gana el paño frío del olvido.

No hay nada demasiado trascendente en este texto.
Sólo contar que tengo a esta cosa tan fresca en la carne que si no me olvido un poco, no sé cómo seguir.

* grandioso fallido, mi hermana Flor me recuerda que los testimonios que leí son de María Elena, no de Marta.

domingo, 15 de mayo de 2011

EL POST DE LOS LUNES: poema



si te escribiera algo
difícilmente sería un poema,
más bien un cuento
un ensayo
un panfleto,
algo contundente

cada palabra un fragmento
de piel en crudo
de olor del cuello
de humedad
con salida a mares
y entrada incierta

pedazos
de mí
bajo disfraz  numérico
sintáctico
gramático

burlándose de lo prudente
(sé que me voy
a arrepentir)

si te escribiera algo
presiento que algún sentido
querría quedarse cerca,
acá tus ojos
allá el silencio
y desde aquí la pregunta
que nos persigue

y fundido el alivio
con la tensión
por tus ojos al leer
(me)
caería
entera desnuda despojada
oculta y a la luz
de tu boca por venir.

sábado, 14 de mayo de 2011

Vacaciones

(acerca de las despedidas interminables)

El día anterior habíamos discutido feo. No nos habíamos agredido, más bien no parábamos de llorar. 

Después de las palabras violentas vino la pena enorme, gigante, asfixiante, cómo nos ahogaba, ¿te acordás? Decías y desdecías, halagabas y pateabas a la vez, a la cabeza me diste. Y cuando quise protegerme, bueno, la única forma era yéndome. Si me estabas echando.

Pero te fuiste vos primero, ¿te acordás?

Tenías una larguísima lista imparable e inverosímil de defectos incurables de mi persona que no podías soportar.

Pero como en un cierto punto te eran insuficientes, te culpabas y llorabas. Porque no terminabas de argumentar, vos, el rey de los argumentos.

Nunca me dolió tanto el paisaje. El Cerro de los Siete Colores. Lindo lugar elegiste para clavarme tu adiós.

Lindas vacaciones.

domingo, 8 de mayo de 2011

EL POST DE LOS LUNES: De cómo Leticia perdió el gato, de Guido Vespucci *

(cuento inédito)

 Sí, increíble Beto, pero cierto. ¿Y la de cómo Leticia perdió el gato te la conté? Bueno escuchala entonces. El asunto empezó así, yo salía del local y me estaba yendo a tomar el 73, me acuerdo que esa tarde laburé como perro, hice más de veinte tatuajes, ¿el mejor? y… el mejor fue, sin dudas, el de la vagina gigante que tatué en la espalda de un motoquero, no de corss no boludo, de esos pesados con campera de cuero y pelo largo, me llevó como nueve horas el dibujito. Y claro que fue difícil, Beto, fue jodido, pensá que era cuestión de dibujar piel sobre piel, el tema del color un quilombo, igual me ayudó el hecho de que el tipo era medio morochón, y además menos mal que me dio una foto, porque acá entre nosotros Beto, que no salga de acá, pero así de prepo no me acuerdo bien cómo es una concha, viste, tiene como muchos… sí, eso, vericuetos, que labio externo, el interno, arriba, abajo, al fondo… qué se yo… ¡ah perdoná! vos lo sabés de memoria, disculpá, no sabía que eras tan cogedor, pero sobre todo observador Beto, en realidad curioso sos, porque a mí polvos no me faltan encima, lo que pasa es que a mí me cabe con la luz apagada en general. ¿El peor?, perá, perá, lo dejo para después eso, que te sigo contando lo otro, no me hagás muchas preguntas Beto porque me voy por las ramas.
Bue, estoy ahí en la parada esperando, típico, el 73 que se demora, me fumo uno, me fumo dos, viene el 73, hasta las tetas, obvio, compro el boleto y encaro para atrás porque estaba insoportable adelante, ahí las viejas que se amontonan con olor a culo, en fin, lo que ya sabés. Hablando de culos… mientras me voy para el fondo rozo algún culito que otro, nada del otro mundo, y llego. Me instalé ahí atriqui como pude, haciendo equilibrio porque no llegaba a agarrarme bien de ningún caño, pero… entre el tumulto y la cancha de saber prevenir las frenadas, me las arreglé para mantenerme parado. La cosa es que ya faltando poco para que baje, me voy acercando a la puerta y en eso me cuelgo a mirar una luz medio amarillenta que salía de arriba de un edificio, y por un momento dudé si no era un OVNI, así por un segundo, viste, porque al toque me di cuenta de que era una antena, pero me quedé pensando en el asunto, eso de que dicen que la NASA tiene OVNIS guardados… hay un video… ¿lo viste?, ese de un marciano al que le hacen… ¿cómo es? me sale autopista… ¡una autopsia! ¡eso! ¿Qué está todo trucado? ¿y vos qué sabés? ¿y si fuera cierto? vos Beto no cambiás más, pasan los años y seguís siendo el mismo escético de siempre, eso no te hace bien, creo, si me permitís el consejo. La cuestión es que se ve que eso me distrajo, porque de repente el bondi se pega una frenada bárbara, clava los frenos el chofer, por suerte a tiempo, porque no llegó a chocar, creo que lo tocó al de adelante, pero apenas, y entonces te decía que venía medio colgado con esto del OVNI, no presté atención, viste, y ¡paf!, fui a parar a la mierda Beto, con la puta mala leche de que la puerta estaba abierta y no la pude pilotear loco, no la pude ni pilotear, pasé de lleno entre la puerta de atrás y que te cuento que en ese mismo momento, justo ahí, venía una minita en bici, divina, sí buenas gomas, todo, pero perá, ahora te digo eso, la cosa es que me caigo encima de la mina, no, no, encima no, me caí adelante, tipo por abajo de la bici, entonces como que se trabó, viste, se trabó y la minita ésta llevaba un gato en una canastita, era una bicicleta con canastita, de esas que usan las pibas medio hipis, y tenía un gatito ahí, que esto es lo increible Beto, el gato voló por el aire ¿y dónde fue a caer?, escuchá, escuchá esto porque es mortal, el gato fue volando, o sea rodando por el aire, dio tres vueltas y cayó justo en la caja de una camioneta que había adelante, frenada por el semáforo, ¡plum!, cayó ahí. Yo la miré a la mina y se le salían los ojos, pero de repente se lo ve al gato, porque no se lo veía al principio, estaba tapado por la puerta trasera, y recién después de unos segundos asoma el gatito, con las patitas agarradas de la puerta de la caja, se asoma, con cara de no me dejes ir así, pero escuchá, porque los gatos son bichos inteligentes, son felinos Beto, tienen el instinto de supervivencia re contra desarrollado, ¿qué tiene que ver?, no entendés Beto, ¡te adelantás!, mirá, cuando la cosa ya era evidente que no tenía vuelta, o sea que el gato iba a quedar atrapado en la camioneta, porque la camioneta arrancó al toque, cortó el semáforo y arrancó, no, no, el tipo ni se dio cuenta que le había caído un gato, entonces cuando no había vuelta atrás, ahí el gato no te digo que hace el típico gesto felino, viste… ¿como el tigre de la metro goldin meier? sí, así, igualito, como explicando “no te preocupes que me arreglo para salir”, pero no, no salió, y vimos cómo se alejaba la caminoneta con el gato, entonces nos quedamos yo boca abajo y ella boca arriba, nos miramos por un momento largo, o a mí se me hizo largo, porque ahí pude ver la belleza de semejante especie Beto, unos faroles… verdolagas, pero verdolagas en serio, como los lagos del sur, que te miran y te penetran, pero yo no me achiqué, le mantuve la mirada, y me fui acercando de a poquito, casi imperceptiblemente, y cuando la estaba por besar me dijo ¡qué hacés idiota!, me hiciste perder a mi gato, ¿y qué le contesté?, nada, estaba paralizado, después ella me pegó una cachetada, bastante fuerte, pero ni la sentí, estaba hipnotizado por esos bolillones verdes Beto, y me dijo “¡salí de encima mío, querés!”, “no puedo”, le dije yo, no, no era sólo porque estaba pasmado, me di cuenta de que me había fracturado una pierna.
Leticia, la piba se llamaba Leticia, me enteré antes de ayer cuando vino a hacerse un tatuaje del gato. Ni se acordó de mí. 

* escritor marplatense, Prof. en Historia, doctorando en Antropología Social , becario en CONICET. Libro "El negocio del siglo y otros cuentos", ediciones Gogol, Balcarce, prov de Bs. As, 2009.
En facebook: GuidoVespucci Cuentos

lunes, 2 de mayo de 2011

Yo también fui mala


Pablo era flaquito, rubio, muy rubio, sonreía, titubeaba, pestañeaba mucho.
Era tímido, a veces hacía chistes malos, en el aula casi nadie se reía. Más bien lo admiraban / envidiaban, según de quién se tratara.

Pablo era el nene más inteligente del mundo, en la primaria de la Normal en los años ochenta.
Del mundo.

Entendía todo, nos explicaba al resto de los chicos todo, le salía tan fácil, esos problemas de Matemática eran para mí inabordables (especialmente uno, en sexto grado, que nos dio la señorita Gloria, él y Victoria fueron los únicos en develarlo).
Además humilde, buen compañero, buen tipo.
Y tenía una familia que lo adoraba, su mamá lloró a mares cuando fue nuestra primera comunión. En la Basílica. No, el nombre del cura de entonces no me acuerdo, está bien que soy Mrs Memoria pero tampoco la pavada.

Pablo gustó de mí toda la primaria o al menos eso me hizo saber. En primer grado y segundo también me gustó él a mí. Ya desde entonces me seducían tremendamente los tipos inteligentes (está bien, no saquen conclusiones, la inteligencia no asegura nada bueno de un hombre o la relación que se pueda tener con él. Ya lo sé, ya lo sé).
La cosa es que este nene tan rubio y sonriente y a veces espantosamente burlado en el aula, me hizo llegar su amor de todas las formas que pudo.
En primer grado (sí, de eso me acuerdo) se acercaba a mi banco y antes del salir al recreo, me contaba que hacía “karate” y cómo pegaba y todo eso, queriendo impresionarme. Yo no entendía una palabra de lo que me decía, ni siquiera sabía qué era el “karate” más allá de la palabra “carácter” mal pronunciada (recuerdo haber pensado que se trataba de eso).

Hizo que me enterara de su amor durante siete años insistentemente, no paraba. Con cartitas, con sonrisas y una vez con su declaración franca y directa, el día de la primavera en séptimo: “¿te querés arreglar conmigo?”.

Ay.

Evidentemente quise borrar de mi memoria lo mala que fui. Cuánto maltraté a este gentil muchacho, las caras de culo, las palabras odiosas que me niego a reproducir aquí y que recuerdo perfectamente haberle proferido, para mal de la máquina de generarse culpa que anida en el interior de mi laberíntica cabeza.
Digámoslo.
Pablo se merecía mucho más que esa nena medio aturdida, flaca, pelilarga, amante de las letras (desde entonces) y con él mala, mala. ¡Yo, que siempre me jacté de ser buena gente! 
 Qué-mala-fui-con-Pablo.

Ahora las redes sociales nos reencuentran, estamos grandes, nos pasó de todo en la vida, nos contamos sobre esas cosas, miramos las fotos de nuestros hijos, nos acordamos de la infancia, nos reímos sin vernos y yo también lloro un poquito, como siempre.

Y aparece en mí un sentimiento que si me lo contaban, no lo creía. Por dios, que la sensación de arrepentimiento me está volviendo loca inesperadamente.

La vida lo hizo ganar. Esa inteligencia está bien aplicada, su laburo de investigador lo confirma. Y su corazón de buen tipo también, su hermosa mujer y su hijito tienen a un hombre que estoy segura, vale mucho más que la pena.

Ahora si me permiten, una última cosita, nada más.
Pablo… ¿me perdonás?

domingo, 1 de mayo de 2011

EL POST DE LOS LUNES: poesía


Sé que el silencio
viene detrás de mí,
me huele de cerca,
me pega la nariz a las mejillas,
a la boca abierta
y destila un aliento
a urbano podrido,
alcantarillas negras,
basura amontonada.

Tocándome las manos
me deja atragantada
de palabras
inútiles
como las que caen de la guía telefónica
rebotan en el piso,
sobran,
se desparraman.

No importa lo que diga
ni cuántas frases escupa
ni cuántos poemas vomite.

Ahí está el silencio,
arrancándome los pelos.

Abusando de mi boca,
penetrándome
con gesto indiferente
mientras mira por la ventana
la lluvia
que se desprende
insípida y solitaria
del aire que me sobra
esta noche.