domingo, 27 de noviembre de 2011

LUNES: Amantes


Qué malos amantes somos dijo, mientras nos sonábamos los mocos de llorar un rato largo. Veinte minutos después de matarnos en la cama.
Qué malos amantes dije, y nos abrazamos hasta la noche.
Sus ojos rojos y mi boca descascarada.
Hacía frío y no nos despedíamos.
La tristeza no pudo.
Y nos quisimos toda la noche, como en las películas.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

AVISO: FIESTA Y PSICOFANGO VOLUMEN II




Este domingo 27 de noviembre presentamos la segunda edición de Psicofango!

En La Cuadrada, 9 de julio 2737, Mar del Plata, a las 21 hs, con un bono contribución de 5 pesos.

En una Fiesta Literaria con lecturas, música a cargo de Marcos Basso y Expo de fotografía callejera por Bárbara Gasalla

Los esperamos!





Edita Psicofango La Pequeña Editorial --> https://www.facebook.com/lapequeniaeditorial          .



domingo, 20 de noviembre de 2011

LUNES: Etcétera*



              Raúl se sentó con desgano, agotado por el fastidioso lunes y el más fastidioso trabajo, y dejó que el cansancio lo envolviera como si fuera la última vez.
Eran las doce menos cuarto, Mónica ya dormía.
Clic en el velador del living,  y clic en su conciencia. Respiró  profundo y tomó valor para leer otra vez la carta.
La sacó del cajón cerrado y antes de abrirla se levantó y fue hasta la cocina a prepararse un café, o quizá a tomarse una tregua y ahorrarse varias lágrimas.
Las letras en tinta negra ponían en evidencia a una Lita más serena, tal vez más cansada, pero aún viva, hermosa. Sus típicas ironías, sus adjetivos raros, su perfecta ortografía y su obsesión por los recuerdos del pasado que los unía. Por eso el miedo, pensó. Bah, por el pasado, por el presente, vaya uno a saber, terminó diciéndose, y reprochándose ese autoanálisis que justificaba a medias su tristeza y la rara sensación de no haber vivido estos últimos diez años.
Un pasado lleno de tardes de sol y Lita. Lita de sol y Raúl demasiado tarde. De estudiantes eufóricos, cafés y reuniones interminables, colectivos llenos, muchos libros de la biblioteca, guitarreadas a la noche con mate, la piel y los besos de esa mujer.
Tardes de “infames construcciones poéticas”, como le gustaba decir a ella de sus propias producciones, lágrimas que transportaban el alma y una mirada que superaba cualquier cosa. Líneas, versos, fantasmas, inhibiciones. Filosofía sobre la guerra, el amor, la política y las cosas que se pierden.
Después vino lo inesperado, el dejarse llevar y no poder darse cuenta de nada, encandilarse por otros ojos, bellos sin duda, pero nunca como los de Lita.
“Llego el viernes”, decía el final de la carta. cuatro días y muchas ganas.
Las letras dibujadas con cuidado sobre el papel carta mostraban a una Lita surcada por el transcurrir del tiempo, inevitable y mezquino.
Pero había algo en esa mujer que escapaba al tiempo.

                                                                             ...................................
                                                                                  
               
               Mónica miró al despertador como si no le creyera que eran las seis menos cuarto y había que empezar el día. Después de cinco cortos minutos de sábanas tibias puso un pie sobre el piso frío y supo que tendría que abrigarse. Raúl dormía. Siempre se levantaba con ella, pero por alguna razón hoy seguía en la cama y prefirió no despertarlo.
            Hacía tiempo que sentía cierta culpa por el derrumbe lento pero seguro de su matrimonio. Muchas excusas, gran enamoramiento al principio y luego, poco a poco, las grietas que crecían como musgos sobre lo que quedaba de sus horas de tranquilidad.
             Sin duda, el egoísmo de él era un muro de difícil acceso, ¿pero qué había puesto ella para atravesarlo? Más que una barrera, la incomunicación se había hecho una costumbre, un rito inviolable. El aburrimiento en la sangre, en la mirada, en las caricias automáticas, en las neuronas atareadas. Y en la paz que, por accidente o casualidad, a veces conseguían.
Se  miró al espejo. Voló sobre su mente aquella mañana fresca de octubre en que entraba a la universidad cargada de libros y expectativas. Afuera, un grupo de estudiantes, él, modestamente atractivo, lejano, pensativo. Lo había mirado un poco, con mentiroso disimulo, asegurándose de que la siguiera con su mirada. Desafió con sus encantos a esa otra mujer, a su lado, que le hablaba de cualquier cosa para distraerlo. Pero él no pudo sacarle los ojos de encima, cegado por el encuentro con su innombrable belleza.
“No hay bien que dure cien años” pensó Mónica con tristeza, y una lágrima se le mezcló con el agua dulzona del café.
                                                 
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El colectivo la dejó a una cuadra de la terminal.
Un viento demasiado frío de un viernes demasiado lento jugaba con su pelo suelto y rojizo, obstinado en revelarle algunas canas.
Subió al ómnibus, se ubicó del lado de la ventanilla y sacó de la cartera su eterno Borges. Había releído mil veces La Rosa Profunda. Lo dejó suavemente sobre su regazo, acunando algunas palabras que hacía suyas.
Se recostó cómodamente y cerró por un momento los ojos.
“Y sigo con mis infames construcciones poéticas, sólo que ahora son más poéticas y menos infames, y te aclaro que no sé si eso es bueno”, recordó. Había sido una carta difícil. Saltear el tiempo, “qué ganas de arriesgarse”. Siempre existía la inseguridad, que Raúl hubiera cambiado, que por alguna razón no quisiera recordar. Y, así y todo, caminando sobre las dudas, se atrevió a volcar en un papel blanco todo eso que hacía tiempo daba vueltas en su cabeza y no la dejaba dormir, y la obligaba a escribir sobre su historia, la de ella, la de él. Entonces, una tarde se decidió, se sentó en el escritorio de su departamento y dejó que las palabras fluyeran sobre la hoja como si ese torrente viniera desde cada una de sus células.
“Una vida activa, como siempre”, escribió. Al minuto se burló de su propia sinceridad. 
Mucho trabajo, profesorado, publicaciones, periodismo y una tremenda soledad. No desconocía su temperamento fuerte, ni que más de una vez le había jugado alguna trampa. Pero sobre todo conservaba esa ilusión casi adolescente de que existía, en algún lugar, una persona especial a la que estaba destinada. A la que había estado destinada hasta que el destino le cambió los planes.
Raúl y el brillo de sus ojos filosos no se alejaron nunca de ella. Hubo hombres, hubo brazos, hubo sexo, hubo vida y eso no se cuestionaba. Desde que él no estaba, se habían acentuado las arrugas y las canas, es decir la forma exterior de su tristeza.
Una frenada inesperada la sacó de su ensimismamiento.
Llegaba a Buenos Aires de invierno, pleno julio. Respiró hondo sin cansancio, tomó los bolsos y empezó a caminar entre la gente eternamente apurada. Revuelo en Retiro y miedos en su sangre.
Caminó muerta de frío y viva de alma, cantó bajito alguna canción vieja y desapareció entre los bocinazos y la indiferencia.

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Raúl camina solo y despacio, llega al bar de siempre, entra, se sienta cerca de la ventana. Y espera. El corazón galopa desorbitado y su frente se arruga cuando la ve entrar.
Lita se sienta frente a él y sus ojos no dejan de recorrerle el rostro, como si la luz de ese hombre la encandilara.
Raúl habla, se saludan, se dicen cosas banales, comentan sobre el clima y las demoras de los colectivos.
Ella está hermosamente desgastada, piensa él.
Él no parece el mismo, piensa ella.
Las palabras sobrevuelan como luciérnagas que viajan sin dirección.
Él nunca contó de qué hablaron. 
Ella jamás escribió sobre ese encuentro.
Fue la última vez que se vieron.

        
*cuento premiado en el certamen literario municipal Osvaldo Soriano, Mar del Plata, 2011.  
 (lo escribí a los 16 años, cuando leía los cuentos de Mario Benedetti todo el día, todos los días).
                                                                                                               

jueves, 17 de noviembre de 2011

Nombre


Me gusta tu nombre,
desde el primer sonido que desprende
la vocal y se alarga,
con la boca abierta tira la voz
de quien lo pronuncie
sobre todo con intención de llamado
o de consideración
sin mirarte a los ojos

que estarán en otro lado
justo al momento de convocarlos.

Me gusta cuando en el medio
las letras se transforman
en vocales inasibles,
se escapan bajo la lengua
y salpican al paladar,
excelente para el eco
que la letra del medio expele
cuando se te nombra
con voz de dormida,
de haber soñado toda la noche
con objetos extravagantes
y fuera de lógica.

Cómo se transmuta en una sílaba,
un hueco entre los cimientos
más o menos estables
que las consonantes le dan
a la arquitectura pretenciosa
de tu nombre,

me hace pensar en
una casa de una planta
con dos puertas,
una biblioteca de tus ojos
y la música en los dedos.

Me gusta cuando se acaba
con final sencillo y preciso,
que no deja lugar a dudas,
que no permite vacilar,
que asienta la letra
que antes sirvió para ralentar
ahora afirmada en un punto
con aire y con lengua
suficiente como para quedarse
con su sabor
durante algunas horas,

antes de aceptar
definitivamente
que terminó de pronunciarse
y que habrá que esperar
hasta otro día
para tenerlo de nuevo.


domingo, 13 de noviembre de 2011

LUNES: Humo*


Apaga el cigarrillo en el momento en el que prende el siguiente. Pálido, no está comiendo bien y se nota en la cara y en los huesos que quieren asomar desmedidos. Tampoco duerme demasiado. Le gusta lo oscuro, pero esto se le está poniendo negro azabache. Ella se hizo humo justo cuando más la necesitaba, y últimamente había reparado en eso: la necesitaba.
A veces para no morirse, a veces para tener el mejor sexo que podía esperar en esos tiempos, a veces para leerla, para hablarle, otras para que le hiciera una pizza casera.
Lo cierto es que su falta no le hacía la más mínima gracia, y en el medio de eso, las otras faltas se magnificaban y entonces se comían todo, lo que había, lo que no había, lo que podría haber. Ahuecado de faltas, sólo restaba intoxicarse. Así se mentía un rato más, hasta que el agujero y la falta le crecían de nuevo y se iba todo al carajo.
Ahora se hunde en los libros y deja que las palabras lo atormenten, total no podría estar más atormentado de lo que está. Solamente ese oasis y el de escribir le dan un margen de aire. Que pronto sofoca con el próximo cigarrillo. Y el rostro de la mujer de humo otra vez.
Mientras el círculo recomienza a cada rato, hay otra que lo mira y él aún no la vio. La vio, pero no la vio. Salió de la nada, como las cosas que no importan, y no se sabe qué pero algo vio en él. Mientras apaga otro cigarrillo, ella mira curiosa sus gestos, sabe que su mirada lo ataca y no le importa quedar al descubierto. Porque ella sí que se las arregla con las faltas, algo hace, lo que sea pero algo hace. Y ahora lo que hace es mirarlo. Le dice ¿qué onda?  vestida de informalidad y bañada en deseo. Y él, no la ve.
Porque en su cabeza el hueco es enorme y el alma viene agitada y renegona de hace tiempo. Y ella insiste un poco, porque sabe lo que quiere y lo que quiere es a él, y además tiene que hacer algo con su propia falta. Y pide otra cerveza y lo mira servir, esas manos huesudas y blancas y ese descuido notorio en el aspecto que deja en evidencia el mal sueño y la bronca hacia adentro. Ella sospecha que una mujer se le fue, pero como a ella también se le fue un hombre, poco repara en el detalle.
Se encontraron dos faltantes. A unir las faltas a ver qué sale, y se ríe. Porque al humor no lo pierde. A él le parece tan rara esta mujer que sonríe tanto y mueve sus labios como si fueran oleajes y lo mira como si no le fuera a quedar otra mirada en la vida.
Lo incomoda y le gusta a la vez, pero aún no la vio. Y como él la deja pasar, le habla pero no la ve, y el humo se le cuela hasta por las orejas, ella se rinde.
Y él, que nunca la tuvo, la pierde.


* premiado en el Concurso Municipal de Literatura Osvaldo Soriano, Mar del Plata, 2011.

jueves, 10 de noviembre de 2011

AVISO: PSICOFANGO I en Bs As

Buenas! Ya se puede conseguir el libro PSICOFANGO I en Buenos Aires, en "La Libre", Bolívar 646, San Telmo.


Psicofango: https://www.facebook.com/Psicofango

Editado por La Pequeña Editorial https://www.facebook.com/lapequeniaeditorial

Para ver sobre "La Libre" www.lalibrearteylibros.wordpress.com 

Que lo disfruten!


domingo, 6 de noviembre de 2011

LUNES: El cosito*


Hace calor. Emilia camina despacio como si le estuvieran tirando de los pantalones para abajo, desde el fondo del fondo de la vereda. Casi que se arrastra. Transpira.
Son las dos de la tarde en Concepción del Uruguay, es diciembre, es sábado, no fue al balneario municipal ni al Pelay, nada de playa. Si apenas puede caminar con mediana coherencia por la placita Columna. Pasa frente al Sagrado Corazón, no se persigna, cruza la calle, se sienta en un banco.
Está vacía por suerte, un día como hoy a esta hora no hay ninguna madre o tío o niñera con los nenes en los juegos. Eso piensa, menos mal porque no quería ver a nadie.
Lleva la botellita de agua en la mano y tiene puestos los auriculares del celular, viene escuchando Los Ratones Paranoicos, "Yo quiero verla en el show...". Un tema viejísimo que conoció por Juan, su hermano mayor que ahora tiene como treinta, podría ser mi papá, piensa. Bah, si me hubiera tenido a los quince.
Porque Emilia tiene quince y se muere de calor con esos jeans, hay treinta y ocho grados a la sombra y de térmica cuarenta, no hay aire para respirar por ningún lado. Pero ni loca se pone shorts o pollera corta, nada, no soporta mostrar las piernas, no soporta sus piernas, no se soporta. Y no es que sea gorda, más bien lo contrario, no soporta su flacura pálida y poco femenina, sus huesos contundentes y su altura excedida. Ni su cara larga y blanca, sus ojos color miel y su boca finita de labios apretados que se abre con felicidad cuando larga la carcajada y se cierra con crueldad cuando prefiere callarse.         
Emilia anda contra sí misma, falta a la escuela demasiado seguido, se lleva varias materias a marzo y siempre le queda alguna previa.
El papá putea, la putea. Carlos es un tipo grande para ser su papá, tiene cincuenta y nueve y bastante que crió a Juan, ya no tiene ganas de remar la cosa con la nena. Al menos antes, de a dos, era más fácil.
Susana se murió hace dos años, cuando Emilia tenía trece. Se la llevó por delante un camión en la ruta catorce, a cien kilómetros de Concepción. Uno de esos camiones que van a Brasil por la ruta del Mercosur, esos Scania que corren y pasan y hacen finito y se burlan despiadadamente del límite de velocidad. Bueno, uno de esos. Le pasó por encima al Flecha que venía de Buenos Aires, le destruyó toda la parte izquierda, volcaron y Susana murió aplastada en el acto. Salió en Crónica.
Menos mal que no sufrió, se hartó de escuchar Emilia en el velorio y el entierro. Pero nunca contestó nada a los que se le acercaban repitiéndole eso, creyendo que lo que decían la iba a aliviar en algo. En realidad, a ellos los aliviaba tener algo para decir. Porque convengamos que es complicado decir algo que no sea una estupidez en un velorio de una mujer de cuarenta y siete años, con la nena de trece ahí, escuchando.
Así que a los ponchazos, entre Juan y Carlos, Emilia se fue asomando a la pubertad, el secundario, las salidas, el cuerpo, la cerveza, el amor/desamor, las broncas y la ausencia.
Toma otro traguito de agua y aprieta un cosito que tiene en la mano, se le está empapando de transpiración.
Termina el tema y empieza “Carolina… ya no hay tiempo para mí…”. La canciones de Juan, dice.
Suena el celular, el mensaje de texto le dice “flaca ahí llego”, es Fede.
En la billetera tiene una foto de Susana y ella cuando era bebé, y otra con Fede en La Salamanca, en el medio del parque, al lado del monumento a las manos, se ve el río desde donde la sacaron. Ella está subida a caballito y matándose de risa, él se hace el gracioso y salió bizco y bocón.
Él tiene dieciséis. Ella va al Colegio Nacional y él a la Técnica. Hace un año que salen.
Fede nunca estuvo enamorado hasta la Flaca. Ella sí, vivía enamorada, pero nunca había estado así, de novia.
Andan de la mano, van a la Plaza Ramírez, toman helados de la heladería Uruguay y no se pierden los recitales en El Arca.
La mamá de Fede cree que tiene que suplir a Susana, entonces se ocupa de ella y la quiere como a otra hija. Emilia se da cuenta y también la quiere. Y a veces la odia, porque ella está y su mamá no.
Emilia mira para todos lados, y Fede llega.
Le da un beso largo y la aprieta fuerte. Hace bocha que te estaba esperando. Y bueno es que mi vieja me pidió que vaya al almacén. Calzonudo.
Ella le da el cosito, apretado, mojado.
Él lo agarra temblando, no le alcanza la saliva para tragar, no le alcanza el aire para no ahogarse, no le alcanza la sangre para mantenerse más o menos vivo.
Ella mira al cosito, después a él, después de nuevo al cosito, y otra vez a él. Le da un poco de risa su cara de espanto, nunca lo vio así. Le da esa risa prohibida, como reírse en un velorio, como reírse cuando alguien se siente mal y pone una cara rara.
Pero se la aguanta, no da para reírse, piensa.
Fede está a punto de llorar.
No, no da.
Mira de nuevo al cosito, en la mano de él pálida y desorientada.
A pesar de la humedad, las dos rayitas no se le borran.



*a publicarse próximamente en el libro de cuentos "Humo", Primer Premio al Concurso Literario Municipal Osvaldo Soriano en la Categoría "Cuentos", 2011, Mar del Plata.