domingo, 24 de abril de 2011

EL POST DE LOS LUNES: Breve declaración


¿A quién se le ocurrió que el estoicismo es un valor moral?

¿Cómo alguien puede creer que aguantar, bancar, soportar de modo interminable, irracional y eterno una situación al menos desagradable, es algo genial?

¿Qué les hace suponer que resistir las balas por resistirlas, sin otra motivación que esa, puede ser aconsejable?

¿De dónde sacaron que cerrar los ojos, agachar la cabeza, hacer como que no duele, poner cara de toro campeón, ocultar la lágrima, el nudo, la expresión de odio, callarse la boquita, es algo superior?

¿Por qué nos enseñaron que permanecer de pie, respirando hondo y mirando el techo, mientras nos dan patadas a la cara, es una virtud?

Allá Cristo y su doble mejilla.
Allá los preceptos morales de nuestros abuelos.
Allá ellos, allá ellos.

Acá: nosotros.

viernes, 22 de abril de 2011

la vecina

Ahora sí.

Ahora sí que a mi alrededor
no hay nada.
Y todo, las casas,
la gente, los autos,
todo ese infierno
que arde a mis costados
no me pertenece.

Ahora sí
que la soledad se quedó
como cuando una mala vecina
nos inoportuna,
se instala en nuestra casa,
habla con voz pegajosa
sin parar, no nos escucha,
tose con los pulmones destruidos,
se prepara unos mates
y se dispone a comentarnos
eternamente
las noticias de la sección espectáculos.


Fotografía Sebastiao Salgado, Patagonia.

miércoles, 20 de abril de 2011

motivaciones



un día

seré tijera nueva

para morder

filosa

el cuello
 
de la venganza.




Fotografía Bruce Gilden

domingo, 17 de abril de 2011

EL POST DE LOS LUNES: poesía



hay un lugar
que te espera,
mientras vas por la vida
buscando desesperadamente
eso

las tardes se disuelven como el agua
que le sobra al café
y se evapora sin consuelo,
te abandona en cada minuto
de demora en la taza

la noche
atractiva redondeada oscura alcohólica,
siglos de memoria y quién sabe
cuántos fantasmas
se te pegan en la ropa
los domingos a las seis de la tarde

el lugar es subjetivo,
te digo dos veces

y yo también
lo estoy buscando.


Fotografía Rodney Smith

sábado, 16 de abril de 2011

Oximoron

"El psicofango
se ha cobrado
una nueva víctima
,
titulan todos los diarios." Gastón Dominguez



El poeta
empieza el día
tropezando con la luz,
putea a dios y medio mundo
y se enoja.

Le pesa el sueño
la resaca
el odio
el desasosiego
los huesos exagerados
la madrugada escabrosamente
negra
la almohada solitaria
la muerte
el imperialismo
y así.

Entre la basura
desayuna
las peores noticias,
el café le quema un vestigio
de ilusión
y vislumbra
que aquellas cosas
más
allá del fango maloliente
y reiterado

aún
resisten.

Mira la calle, el mar
con la cara al sol
con los ojos al viento
la boca abierta
la nariz helada,

y una tristeza
tenue
innominada

y dulce

como las últimas gotas de la miel
que se enterró
difusa
inapresable
en la infancia

le lame el sueño.

 
Fotografía Rodney Smith

viernes, 15 de abril de 2011

Sábado


Desconche: esa palabra tan imprecisa me lleva al terreno húmedo, palpitante, tibio y misterioso en que habita.
Al des-conche le falta ese orden que es un maremagnum antes que una estructura -para órdenes así, quién quiere despelote-.
Es un embole, entonces. Sin terremoto no tiene gracia.
Sería como un mar de mareos donde falta lo principal.

Ley sin legislar, aparato desburocratizado, libro de operaciones con números irracionales, lengua extranjera imposible de aprender; cíclica, mojada, perturbable, insaciable, entrañable, imposible, peligrosa.



Forografía Halsman

miércoles, 13 de abril de 2011

jueves


a mis sueños
mejor mantenerlos a raya
bajo custodia
controladitos

doble filo
heridas cortantes

así está mejor.



Fotografía Andrés Martínez
http://www.fotografia.net/

martes, 12 de abril de 2011

miércoles


estimo altamente saludable
estar adentro de las escenas
de la vida,

evitar el desdoblamiento
atroz
que impone el desasosiego,
dejar de salirse del cuadro
cuando el cuadro es
lo único
que se tiene,

tomar los objetos con esa
humanidad
que amaga en los ojos
y se confunde en las salidas
y entradas
del aire pulmonar.

martes


no me importa que sea martes
ni que haya sol,
otro día
con numeración:

veinticuatro horas
cinco de sueño
mes tres
dos mil once
cincuenta minutos
ruta catorce
ochocientos kilómetros
cuarenta despedidas
cero bienvenidas
mil doscientas treinta y cuatro lágrimas
seiscientos días
y seiscientas noches
para olvidar

viernes, 8 de abril de 2011

T.W.


No soy experta, solamente me gusta escucharlo.

Dejo que la voz áspera arda en mis oídos, el piano me recorra, y esa trompeta me mienta canciones de amor y desesperación.

 Entre Bicicletas rotas, Marthas y Vueltas a casa,Tom me engatuza una y otra vez.

De nuevo bajo sus garras, maldito amor, pecho que explota, elipsis del poema que nunca termino de escribir.


http://www.youtube.com/watch?v=y9Mse62NFl4

Clamor. Para que las noches vuelvan a ser mías, de Ingrid Loschkin



Estoy muerta, de pie, pero muerta, como un árbol, como la abuela de Casona.  Mis raíces estallan en gritos de sangre agostada, sedientas  por relamer la dulce savia de expresión, movimiento, locura. La locura de los artistas, de los que hemos perdido todo, excepto la razón. Debo arrancar  los oscuros ladrillos represores del arte que se derrite por mi piel como néctar que pinta el aire. Los musgos de las paredes se arrastran por el escenario de mi  corazón, donde las luces y las marquesinas se apagaron,  el vestuario se tiñó de draconiano gris y los aplausos son gritos de espanto, golpes y  esos pasos martirizantes de la desolación por los fríos pasillos del alma de los que ya no esperan nada.

 Las noches son muy largas, las ramas del olvido me aprietan el cuello,  en un mar de transpiración en el que me hundo desde aquel día  en que a algún cuerdo, de los tantos que yiran  por este  penoso cielo me desclavó de mis tablas, de mi vida.

 Necesito que alguien sepa lo que me está sucediendo, que al menos algún corazón imprudente, sensible  al lamento del actor, al verso del poeta, al susurro del pincel sobre la tela del pintor escuche la voz de esta loca que desfallece por volver a besar la silueta del amor que me espera, el teatro. Para que las noches vuelvan a ser mías y cuando el telón se corra nuevamente, el fuego de los aplausos  me encienda el alma de rosas blancas.

Me asfixio en las cenizas del silencio que se refriegan por mis labios en un clamor que late compases de expresión, bendita madre de los artistas. Por favor, no  me nieguen la vida, mi vida es el escenario, allí debo morir. Pido por los que penan cargados de fantasías y soledad, por ellos pido, para que silencien las pisadas de la desesperanza de los que ya no esperan nada.

Ingrid Loschkin, escritora, Profesora de Lengua y Literatura Italiana, Traductora de Italiano.
www.mialmaderio.blogspot.com

Fotografía Paula Guerrero, www.fotografia.net.com

miércoles, 6 de abril de 2011

Cuando nos reíamos

preparando Psicopato con Ana y Caro

                                                        Para mi amiga Carolina Flores


Nos levantábamos temprano y a las ocho te estaba tocando el portero o vos a mí. Y Ana.
Con vos, con ella, descubrí que es científicamente posible estudiar, releer, comprender y retener un mapa conceptual al mismo tiempo que morirse de risa.
No sé, Caro, si volví a reírme alguna vez como en ese entonces.

“Caroline Kraepelin” nos decíamos a las carcajadas, y era más fácil tragar la Historia de la Psiquiatría de Bercherie.
“La significación del falo”, romperse la cabeza y adorar como una divinidad griega a Oscar Lapalma, maestro de maestros en la facultad, que nos hacía entender ese chino nada básico. Al que después no quisimos abandonar nunca más.
Los “borderline” de Otto nomeacuerdoelapellido (¡Kernberg!) y las dosis de muestra con la titular de esa cátedra: ella misma representaba lo que enseñaba, con ese gato en la cabeza, esa mirada levemente perdida y esa sonrisa entre maléfica y dopada.
"Caroline Borderline", nos decíamos también.
"A" y "A prima", vos y yo, imagen a full, dobles.

No sé si me volví a reír así.

Ni hablar del cumpleaños de Sonia, la luz que se apagó repentinamente, chicas (¡perras!) desconocidas empezaron a encarar a sus hombres y vos y yo, tan tan desubicadas en esa escena, salimos muriéndonos de las carcajadas y corriendo. No fuera a ser que esos desconocidos se creyeran que éramos de la misma raza perruna que aquellas señoritas.

Éramos chicas más bien serias, más bien contracturadas, más bien tragas.

Psicopato, bueh, creíamos tocar el cielo con las manos. ¿Te acordás el día que la rendimos, y nos dijeron que entrábamos en la cátedra? No nos cabía en el cuerpo lo que sentíamos, mirá si el cielo hubiera sido tan fácil de alcanzar.

Ni hablar de las motos, de las salidas de a cuatro, de las compras compartidas en Nini.

Nos peleamos y nos amigamos, porque está visto que algunas cosas no se pierden, no pasan, no envejecen, no se quieren ir. Y no se van.

Creíamos en todo, teníamos todo delante de nuestros ojos, soñábamos y nunca nos despertábamos, ¿te acordás? La vida nos fluía. Y nosotras la dejábamos hacer sobre las cabezas, los cuerpos, los amores, las distancias, la facultad.

Que nos caminara por encima la vida, que total todavía nos faltaba lo mejor. Y lo mejor era eso, nosotras espejándonos en las cosas. En las promesas, cuando no esperábamos otra cosa.

Qué lindas. Qué creyentes. Qué entusiasmadas.

Y mierda, cómo nos reíamos.

domingo, 3 de abril de 2011

EL POST DE LOS LUNES: La hora del espanto *


Germán sale del trabajo más tarde de lo habitual. El dueño del locutorio le dijo que a partir de hoy el negocio abre hasta las doce, y que él es el encargado de cerrarlo.
Es miércoles y agosto, hace un frío especialista en demoler huesos. Y como está a cinco cuadras de la costa, desde el mar arrecia un viento potente y desconsiderado, negro como la noche. 
Germán se emponcha, cierra la caja, deja todo en orden, tantea los cigarrillos en el bolsillo derecho de la campera y no los saca, el celular en el izquierdo, pone la llave en la cerradura, le da dos vueltas, se calza la mochila y sale.
Camina rápido, la calle está demasiado oscura y la piel de la nuca se le eriza bajo la mano gélida del aire, que lo besa sin detenerse a respirar. Así va, con la lengua del frío sobre el cuello.
Suena el celular: mensaje de texto vacío de número desconocido. Levanta los hombros porque no sabe de quién es y porque tampoco le importa, y deja de resistirse al pucho, saca uno, se detiene para prenderlo. Hay tanto viento que lastima, le cuesta mantener encendida esa pequeña fogata entre su dedo gordo y el índice, se apaga, se prende y se vuelva a apagar. Germán se arrima a la pared de un negocio de ropa para viejos (boinas grises, pantuflas grises, camperas grises, como si ese fuera el color que les toca aceptar con cruel resignación). Acerca cada vez más su cara -con el cigarro entre los labios morados- al encendedor verde que le regaló Mariana.
Acurrucado en la vidriera gris, hecho un bollo para frenar la ráfaga, logra como en un acto de magia de Copperfield en su época dorada, encenderlo. 
La bocanada lo impulsa a seguir el paso, cada vez más lento y más pesado.
Empezó a bajar una niebla blanca y densa, la escena parece salida de un film clase B de la peor calaña.
No pierde el humor y enseguida se acuerda de las pelìculas que veía cuando era chico, contra todas las advertencias de sus padres: "La casa cercana al cementerio", todas las "Martes 13", las "Pesadilla", "El resplandor". Cuando vio "La hora del espanto" al menos se rió con Juan Cruz y Mariano, metidos los tres en la habitación de su casa, a oscuras, con la videocasetera nueva, temblando de risa y de miedo juntos. Calaveras ridículas y colmillos de plástico, ensangrentados con algo apenas menos culinario que salsa de tomate.
Si la vuelve a ver ahora se muere de risa, cómo podía asustarlo semejante truchada, piensa. Tenía todos los clichés, primero los besos desenfrenados de la parejita de rigor, se venía el sexo, se venía el sexo, se venía el sexo y pumba: aparecía un vampiro de la nada. O peor, la bella señorita abría sus ojos desencajados y le asomaban -también de la nada- unos enormes colmillos, malignos y filosos. Las escenas eróticas siempre se quebraban con la aparición completamente desubicada de estos individuos sedientos de sangre o hambrientos de cerebros humanos.
Germán avanza, ya no ve casi nada, todo está blanco y húmedo, extiende los brazos hacia adelante, se choca con un poste de luz, después con un auto estacionado. Se cae, se tuerce el tobillo derecho, putea, se le cae el cigarrillo, lo pierde. Le duele, está congelándose, sentado en la calle con la rueda delantera del coche pegada al pie herido. Ahí se da cuenta de que también se le cayó el celular, tantea casi ciego por el espesor de la niebla, roza unas basuras desparramadas, se moja la mano con un objeto blando y se corta con una lata o un pedazo de vidrio. Vuelve a putear, ahora le duele el tobillo, la mano y el viento frío le hace doler los oídos.
Vuelve a buscar el celular y antes de darlo por perdido, el auto estacionado ruge inesperadamente, arranca y le aplasta la pierna.
Germán grita, lanza la voz y se le despedaza la garganta en un chillido sangrante y desesperado. El aire empieza a acabarse, se le termina, se le secan los pulmones, se le atrasa el corazón, se le demora la sangre, se le ablandan los músculos, se le aflojan los esfínteres, se le cierran los ojos y se le abre la boca.

Hasta que de golpe vuelve a respirar, la niebla se disipa y su pie recobra el perfecto estado, en el instante en que la enfermera reactiva el goteo en la sonda obstruida durante unos segundos. En la sala de terapia intensiva, donde yace en coma después de que un auto lo chocara al salir del trabajo, sin signos de actividad cerebral desde hace seis meses según decretaron los médicos.




*en honor al film "La hora del espanto" (Fright Night), un clásico del cine de terror de los 80s, dirigida por Tom Holland.

sábado, 2 de abril de 2011

pregunta


sobre el vidrio roto
y pisoteado
con que me miro
y con que te miré
a través de unos ojos
quietos de muñeca
desarticulada

camino descalza

cada vez que me ves
recorriendo los pasillos
de tu casa
espiando entre los bloques
de cemento líquido
de tus paredes

una pregunta me acecha.



Fotografía Robert G. Griffeth