sábado, 8 de enero de 2011

Berisso

Nunca voy a olvidar mis primeras veces en Berisso. Por empezar, la línea 202 y su recorrido largo y lento, las dos paradas en que podía bajarme, el planito de memoria para no confundirme (la orientación nunca fue mi fuerte). La casa de tus tías.
Andar por Berisso tenía algo un poco irreal, así lo recuerdo. Era una mezcla de lugar desconocido, gritos callejeros tipo “¡Diubu!” o algo parecido –según supe en ese entonces, extraño dialecto berissense entre los muchachos que vagaban por el centro-, la cercanía del río, los lituanos y todas las colectividades impregnando el ambiente, aire de barrio dentro de La Plata pero con identidad propia.
Cómo olvidar la primera vez que anduve por la Nueva York, cuando estaba en pleno desmoronamiento, en pleno transcurrir del mundo real por sobre una calle que había sido magia pura hacía muchos, muchos años. Me acuerdo que caminamos como dos horas o más por esas veredas destruidas, y me contabas sobre los negocios que antes habían sido espectaculares, que habían dado a la ciudad un brillo que nunca más pudo conseguir, ni con la feria de las colectividades ni con el carnaval de travestis ni con las visitas de Lito Cruz (orgulloso oriundo) ni con nada. Ese día me salieron ampollas en los pies, tenía puesto un vestidito rojo largo y zapatillas. Era jovencita, tenía el perlo larguísimo y la cara redonda, y cualquier cosa me quedaba bien. Todavía no te habías comprado la moto.
La isla Paulino fue otra visita imprescindible. Los caballos andaban entre nosotros, en la arena, tranquilos, caminamos mucho, el lugar era hermoso. Ese día se te cayó el celular mientras andábamos por la arena (y era la época en que los celulares eran unos extraños y preciados objetos) y un tipo nos preguntó si era nuestro. Pusiste cara de “esto no puede ser cierto”, le agradeciste y seguimos ahí hasta la tardecita, cuando Chiche nos increpó por no haberla llevado de paseo con nosotros. 
Qué sitio tan inolvidable y tan raro era tu casa, la casa de las tías.
Cuando la tía Chiche, en el comedor, mantuvo una larga conversación con una de sus muñecas frente a mí, gritando a viva voz y con el modo en que se le habla a los nenes chiquitos “¡Chiquitita, cómo se va a portar usted! ¡Pórtese bien, haga caso!”. Y yo miraba atónita, incómoda, no sabía si tenía que reírme o decir algo o retirarme del lugar o qué. Vos pasaste y me hiciste un gesto de “No le des bola”. Pero en esa época yo era tímida, prejuiciosa, me ponía nerviosa no hacer lo correcto y no había forma de encontrar el modo indicado para actuar en esa situación, ¡cómo hacía para no darle bola!
Finalmente Chiche se apiadó, creo, de mi cara de incredulidad, me miró y me dijo “Dios no me dio hijos pero me dio muñecas”. Y asunto cerrado, me fui a la cocina a buscar tu auxilio.
Chiche era en ese entonces inefable, no se me ocurre mejor adjetivo. Vos decías de ella muchas cosas y no muy agradables, y tenías razón. Pero insisto, inefable le calzaba como anillo al dedo. Intentaba ser amable y se le escapaba una agresión, todo el tiempo. Igual la quería, y lo sabías. Iba y venía con las plantas, con los libros, miles de miles de libros en la casa. ¡Lo que era ese lugar! los libros eran los habitantes, no había dudas. De casualidad quedaba lugar para los cuatro, contándote a vos, a Tota y a Costa.
Tota era lo más parecido a una abuela. Siempre sonreía y agradecía y quería cocinarnos o halagarnos con algo. Se encargaba de Costa y lo protegía como a una parte de su cuerpo. Tota tiene y tendrá un lugar muy bien cuidado en mi corazón.
Los gatos, tema excluyente. Los gatos, dios mío, dueños absolutos del lugar. No puedo acordarme del nombre de esa gata maldita que una vez me hizo estremecer cuando intenté sacarla de tu cama, se dobló toda como se doblan los felinos antes de atacar. Otra vez hizo pis sobre unos parciales. Y no recibió ningún castigo, la muy bestia. Cómo amabas a ese animal, la mirabas del modo en que se mira a las novias, y le hablabas con una dulzura inverosímil. No me puedo acordar el nombre, era nombre de persona, y está claro que ella y yo no fuimos -ni aún con el paso de los años- las mejores amigas.
Burocracia era tortuga mezcla con perro. Corría muy simpática, venía al trotecito cuando uno la llamaba desde la puerta del patio. Era todoterreno, decías vos, y me lo demostrabas poniéndola sobre un escalón: la tipa lo subía.
Esa casa guardaba cosas tan heterogéneas que me da un poco de pudor hablar de eso. Había de todo, desde los dolores más profundos y tremendos hasta los salvatajes, los escondites, los remedios, Tom Waits, los apuntes de la facultad, el amor como nunca antes, los desencuentros, tu madre y el capítulo aparte que lleva por título su nombre, las ex, las fotos y los negativos navegando por todos lados, los fantasmas (de esos había un montón), uf! perdí la cuenta.
Berisso llegó a mi vida como un alud, como un terremoto, como llegaste vos en ese momento, revolviendo lo estable, desbaratando todo, la otra cara de la luna y Pink Floyd. Berisso me abrazó como ET a Elliot, el nene que aprendió a querer lo inquietante.
Como subirse a un colectivo con destino desconocido y ser Alicia en no sé qué país desbordante de miles de cosas.
Guardo cada minuto, de los buenos y de los malos, guardo cada respiración, cada ronquido, cada sábado, cada 214 también, cada película en cine 8, cada sanguchito de Mingo, cada  carne asada del Ruda, cada tarde en la facultad y las reuniones de cátedra, cada ironía, cada mirada, cada chinche.

Porque lo solté, porque lo dejé ir, es que lo llevo conmigo, en el segundo cajón, sin llave.


Fotografía: Isla Paulino, Berisso, Prov. de Buenos Aires.

6 comentarios:

  1. Excelente, tenés un ritmo envidiable. Todo fluye tan natural que me dan ganas de subirme al 202 y perderme con los auriculares llenos del viejo Tom.
    Buena suerte y más que suerte!

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  2. Gracias!!
    la misma y mejor suerte para vos!!

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  3. me gustó mucho, Carolina...y me emocionó también,
    me llevaste nuevamente a las calles de mi infancia en Berisso,
    de vez en cuando viene bien volver a las fuentes...!!!

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