domingo, 23 de enero de 2011

EL POST DE LOS LUNES: Pulp

Charles Bukowski
“- Este tipo tiene un problema –me dijo señalando el libro.
                - ¿Cuál? –le pregunté.
                - Considera que el aburrimiento es un arte.
                Devolvió el libro a su estante y se quedó allí sin hacer nada, con aire de Céline. Le miré.
                - Esto es increíble –dije.
                - ¿El qué? –me preguntó.
                - Yo pensaba que usted estaba muerto –dije yo.
                Me miró.
                -Yo pensaba que usted también estaba muerto –dijo él.”  Pulp, Charles Bukowski.


Tirada en la arena, al sol terrible de la tarde de enero. Con Pulp de Bukowski entre las manos, deglutiéndolo a bocados. Estoy en una carpa, entre las frases ácidas de Charles pasean mis sobrinos, mi hijo, los vecinitos de la carpa de enfrente, de la vuelta, del costado. La música cada vez más fuerte que proviene no sé muy bien de dónde, se mezclan porque son dos músicas distintas. Una me llega desde la izquierda, otra de la derecha, en el medio: mis oídos, la bikini negra y yo.
Parece que la Señora Muerte está re fuerte y que el protagonista es un pelandrún adorable, el viejo Charles me hace matar de risa. Si hasta lo veo, hablándome borracho y diciéndome cualquier banalidad con ironía y estilo. Me encanta.
Me estoy cocinando bajo este fuego pero no pienso moverme un centímetro porque quisiera dejar de parecer una muerta con este color blanco ataúd. Y me la aguanto, transpiro y mastico mi Pulp y un poquito de arena que vuela hasta mí cuando los niñitos pasan corriendo a mi alrededor.
Estoy acá y no estoy, como me pasa tantas veces. Acá mi cuerpo, el libro, la arena, la gente, sí sí, no estoy loca, sé que acá están las cosas.
Y sin embargo, puedo verlo todo desde afuera. Puedo mirar la escena como si volara por encima de las cabezas, de mi cabeza, y es un circo, un planeta, una situación que no me pertenece. Puedo quedarme toda la tarde, de hecho me quedo. Y también sé que no estoy aquí, no completamente.
Charles se ríe de todos, y me río con él. Porque es un viejo inteligente y malhumorado, y yo también estoy malhumorada hoy.
No es que no le encuentro la vuelta a la vida, la vuelta no me encuentra a mí.
Señales de humo le hago, le mando un mail, le grito. Y es sorda como una tapia.

El hechizo se termina cuando una amable vecina de carpa se acerca a conversar.

Por ese golpe de realidad y educación, me levanto, sacudo la arena, cierro Pulp, me ato el pelo, tomo agua, saco las galletitas, ofrezco, sonrío, pregunto, busco temas, miro a los chicos, guardo el protector solar y me convierto de nuevo en una señora
normal.

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