domingo, 30 de enero de 2011

EL POST DE LOS LUNES: Arena

John Cheever


“Irene permaneció un minuto ante la monstruosa caja, avergonzada, asqueada, pero mantuvo su mano en el interruptor antes de apagar la música y las voces, confiando en que el aparato quizá le hablase amablemente”, La monstruosa radio, John Cheever.


Está fresco pero hay sol, me acuesto en la arena, sobre la lona blanca, apoyo la cabeza encima del bolso donde guardé una botellita de agua, la pantalla solar, dos barras de cereales, el celular, las llaves y saco el libro de Cheever.
El sol no calcina porque el viento lo refresca, engaño repetido en este lugar: el sol sí calcina y el viento sólo está ahí para mentirnos. Al mar lo tengo bastante lejos, hay mucha gente y eso que aún no es temporada de verano. Me quedo acá, me gustó este lugarcito entre una chica sola, una parejita silenciosa y una familia que tiene sombrilla, mate, facturas, niños y parientes, unos cuantos.
A los diez minutos no me gusta tanto, porque la abuela de la familia habla a los gritos y no me deja otra opción que escuchar sus conversaciones. Pero como en el medio intento leer a Cheever, se me van diluyendo esas voces y se elevan las de los otros personajes. Me deleito con “La monstruosa radio”, cuento que definitivamente ya nunca podré olvidar.
Dejo el libro y me duermo, y otra vez las voces de la familia escandalosa se meten entre mis divagantes imágenes oníricas.
Estoy sola.
Mi hijo está con mi ex, no tengo planes, y ciertos pensamientos de los que hoy no voy a hablar todavía me persiguen.
Pasan dos horas, ya dormí, ya tomé sol y ya leí tres cuentos de Cheever. Miro alrededor, todo el mundo en lo suyo, hablan de actualidad, otros tocan una guitarra, duermen, se miran entre ellos, se pasean señoritas con estrechísimas bikinis y algunos muchachos que andan de pesca.
Dudo un momento.
Me levanto, guardo mis cosas y camino por la arena hacia la retirada.
Otro día, nada en particular. Nada en especial. Ningún sentido anima esta tarde. Me sorprende ese golpe de lucidez. Ese cuento, la miseria humana, lo que somos, ni más ni menos.
Nada me espera hoy, salvo escribir.

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