martes, 18 de enero de 2011

El sentido

                                      "...en las grandes épocas de la fe, las épocas anteriores a la muerte de Dios (...), la maldición divina tenía todo su peso. Hoy ya no tenemos el sentido de la tragedia e incluso somos incapaces de tenerlo, porque ya no tenemos el sentido del destino". Colette Soler, psicoanalista francesa contemporánea.


Se despierta y logra reaccionar con una enorme dificultad. La resaca le demora el esfuerzo por abrir los ojos, la luz ya empezó a entrar a través de la cortina roja. Un cierto viento también la mueve, aire y luz se confabulan para manipular el trozo de tela y para molestar a los párpados.
No fue el aire ni la luz lo que lo despertó, ni la conciencia, sino el concretísimo y pueril despertador con su bocina espanta-sueños, agitador de taquicardias matutinas.
Se levanta con mal gesto y lo apaga, decidido a hacer fiaca los próximos diez minutos. Tras los cuales se levanta, resignado, cruza la puerta hasta el baño, lava su rostro pálido y putea frente a la imagen de cadáver con sueño. Últimamente -digamos, desde los últimos quince años- comenzar el día conlleva un desasosiego blanco. Peso, cemento, fuerza de gravedad exagerada. Con variaciones, claro, en tanto tiempo: los años del amor, el placer del abrazo, fines de semana en la cama con ella hasta cualquier hora. Después la vida, las obligaciones y siempre los malos humores, la abstinencia y la separación. La inefable mezcla de alivio y desamparo, respirar tranquilo y morirse de tristeza.
Y pronto subsanar los despertares con un nuevo amor -incalculado, como todos los verdaderos amores-. Más luminoso, más habitado por esas criaturas de poco fiarse, las ilusiones, de las que poco habla -siempre habla poco-. De las que no puede escapar. Como casi nadie. Él es uno de los que se muestra sin convicciones, sin metas, sin ilusiones, y sin embargo... cuando le muerden las orejas, la barbilla, los dedos, son irresistibles.
O sea que los amaneceres mejoraron y levantarse no tenía el tedio que ahora carga sobre su espalda y su cabeza llena de ideas pegajosas.
Y luego, y aún no se lo explica, esas mañanas volvieron a transformarse en pesadillas.
Las noches y las mañanas son espléndidos momentos para surtir reproches, enojos, pasadas de factura y otras delicatessen de la vida cotidiana de cualquier pareja.
No comprendió ni comprenderá el extraño, rebuscado jeroglífico y aterrador mecanismo de las mujeres. El miedo lo asalta frente a esa especie de la que no puede prescindir y que le trae de todo, especialmente pánico.
Esta última mujer había terminado de convencerlo de que el amor no es para él. Aún está en ese proceso, ahora, levantándose pesado y puteando la luz de ese sol ajeno.
Se ceba un mate, mira la fotografía nublada de vapor en esa esquinita, perdida la imagen entre palabras y palabras sin importancia.
Su presencia todavía lo inunda, aunque no quiera hablar de eso.
Oscila entre terminar de despedirse y retenerla en el recuerdo. Va y viene, va y viene.
A veces, alguna otra mujer -inexplicablemente atraída hacia él, al límite de lo poco conveniente, al borde del desborde- lo hace olvidarse un rato.
Guarda un par de libros en su mochila, toma el último mate, enciende un cigarrillo, mira la ventana, mira a la nada, pone un disco, se queda fumando parado en la cocina, apoyado en la mesada.
Suena el timbre. Baja la escalera y ni oye los ladridos, están incorporados a su rutina auditiva y a los despertares de toda clase.

Abre la puerta.

Sólo basta abrirla.

Sólo bastan los abrazos pequeños e inconmensurables, apretarse en esos cuerpitos palpitantes, sonreírles y verlos sonreír. Como tal vez alguna vez -o como tal vez nunca- su padre lo abrazó.
Sólo bastan esas vocecitas incapaces de inhibir los pedidos y esos ojos en los que él revive para que empezar el día tenga, al fin, un sentido.



Fotografía: Henri Cartier Bresson

2 comentarios:

  1. hermoso...me conmoviste, Carolina. escribis muy sentido, me impactó. qué bueno poder leerlo...

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  2. Verónica, gracias! es un enormísimo halago que a alguien lo conmueva lo que a una le sale de las entrañas... gracias!

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