domingo, 3 de octubre de 2010

La cena

Decidió quitarse el piyama y lavó su cara con el agua helada de agosto. A ver si el frío le sacaba un poco ese hedor tibio de la cama, las sábanas revueltas y humedecidas por el tiempo en uso, la almohada pegoteada a su oreja, el tufo de la habitación cerrada.
Y el frío del agua de agosto le quitó el hedor y le puso cierta luz al rostro.
No se detuvo demasiado en la vestimenta, sabía que al menos estaría presentable. Ya no le quedaban lágrimas, se sentía tan seca como las hojas que pisoteaba en la vereda. Las ojeras le habían pintado esa sombra oscurecedora de miradas, pero ahora que se había levantado oscurecían menos.
Llegó, entró al living. La recibió su compañera con un cálido abrazo y una sonrisa demasiado afectuosa. Ella devolvió el gesto lo mejor que pudo.
El comedor de esa casa estaba lleno de gente, la música sobrevolaba oliendo a vino tinto y las personas apenas registraron su presencia. Las mujeres reían escandalosas, reían de bobadas y se miraban los zapatos y se comparaban de reojo. Los hombres gritaban sobre fútbol y política y las botellas circulaban felices de tanto derramarse.
Ella se sentó justo en una esquina, ya que no había una silla libre en otra parte, y acomodó sus piernas como pudo rodeando la pata de la mesa. Lugar incómodo si los hay. Pero como todo era incómodo allí, la pata de la mesa era lo menos importante. Eligió un vaso sin usar y se sirvió. Tomó algunas de las cosas que había para comer, mirando sobre sus hombros la fauna a su alrededor, e imaginó qué animales serían a juzgar por su parecido físico. Rápidamente aparecieron los pajarracos, los monos, alguna vaca, alguna gacela… reía en silencio, mientras las otras reían estrepitosamente.
Las carcajadas parecían crecer desmedidas, su sonoro chillido empezaba a lastimar los oídos. Ahora los hombres también gritaban de risa.
Ella, como  estatua, no tanto de quieta sino de estupefacta, sólo atinaba a mirar.
Después subieron la música, corrieron la mesa y comenzaron a bailar, descarados.
Ella sólo veía en su retina al hombre que le había quitado el alma hacía ya un tiempo, y tras los que danzaban enloquecidos, vislumbraba el rostro del amor y del odio juntos. Todo en uno. Aunque la fauna hacía difícil detenerse con el pensamiento, los ruidos y el movimiento superaban su capacidad de concentración.
Rendida, al fin, emprendió la vuelta.
Entonces, se levantó, caminó unos pasos por el pasillo, y abriendo la segunda puerta, entró de nuevo a zambullirse en su habitación.

6 comentarios:

  1. y si, a veces no queda otra que guardarse, qué autoayuda ni autoyuda, ni que "sali que te va a hacer bien". seguro que la proxima vez que se levante va a estar un poco mejor.
    abrazo caro, precioso y triste este relato.

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  2. gracias! no es apología a favor del encieroo, eh? ja! abrazo gabi!

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  3. Triste,
    más que triste
    un final desconsolado.
    Me entretuvo
    el agosto congelado
    de ese otro hemisferio del mundo.
    Lo miré varias veces
    hasta que el invierno me dijo léeme.

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  4. gracias gallego! (modo cariñoso de llamarlo, eh?)

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  5. Jajaja me trajiste a la memoria uno de esos! Muy bueno, un abrazo!

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  6. gracias Shiyastmndfilhseliufh no sé cuánto, un abrazo!

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