sábado, 9 de octubre de 2010

Piedra

Se le van apretando las mandíbulas, así, sin notarlo hasta que el dolor se extiende hacia la cabeza y pulsa incisivo sobre la frente. Pero mientras tanto, no repara en los dientes que se ajustan entre sí y se empujan de dolor, de arriba hacia abajo. Lo mismo con la espalda, curvilínea de tanto andar mirando sus penas, se tensa y petrifica, sobre todo ahora que es el final del día.
Mientras se acomoda en la cama, las manos dejan de moverse y en su quietud, parecen hacerse nudos de hueso. Esa mujer lo puso en el lugar en que ellas saben poner a un hombre cuando se trata de destruirles el alma. Él hizo todo por retenerla, ya no le cabían promesas, cambios, regalos, nada más para que su alma no se llevara la de él a un descampado a tirarle a quemarropa. El tiro había sido disparado, y sólo le restaba morirse un poco de tristeza y vivir otro poco con esa tristeza.
Así, ya sin moverse, los muslos se duermen, con vida propia, el cosquilleo cede al endurecimiento que lo deja como lisiado y bajo anestesia, y la noche lo mira sórdida y seca.
Él mira el cielorraso, fijo, quieto, apenas si mueve su pecho mientras respira como si tuviera sobre su torso un bloque compacto de pesares de cemento. Ojos hechos roca prefieren no ver.
Imposible articular palabra, la garganta cerrada se anuda y se ahoga en su propio vacío. Ya ni sueña de noche, ya ni duerme. La mente navega y discurre enloquecida, recorre los pasillos de lo transitado con ella, repasa cada palabra oída y pronunciada, sus ojos, su voz, su indiferencia y palidez frente a él.
Mientras espera que ella le devuelva el llamado, y olvidando lo dicho en ese mensaje, cierra por fin sus ojos y ahora el cuello dolorido se cierne sobre sí mismo, empedrado el camino hacia la columna tiesa y fría.
Las horas caminan sobre su rostro blanco, adormecido bajo el ojo lunar y sus peores intenciones.
Cuando el teléfono suena, él no atina a mover su mano.
El hombre, ya hecho piedra, sólo resta como mármol abandonado, y yace oscuramente mientras la noche lo arrasa.

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