martes, 12 de octubre de 2010

Mientras tanto

Yacemos adormecidos y aún nos tiemblan las piernas. Bah, vos dormís y yo te miro. Tengo mi nariz pegada a la tuya, a poquitos centímetros, los suficientes como para poder mirarte. Para poder ver cómo se mueven tus ojos bajos los párpados, qué estarás soñando. El resto de tu cara no se inmuta, más bien parece entregada absolutamente al descanso, ese descanso casi sobrenatural, de desmayo, de cuando el cuerpo cede a la vaguedad onírica. No dejo de acariciarte la cabeza, la mejilla, el cuello, la espalda, aunque vos ahora dormís y no vas a recordar nada de esto. No me importa, la verdad, yo sacio mis ganas de acariciarte y vos, mientras tanto descansás.
Cada vez que exhalás, ese aire de tabaco entra directo por mis fosas, y lejos de molestarme, me encanta. Nunca creí que ese olor podía gustarme. Y sin embargo, ya ves, tantas cosas que uno no creyó terminaron pasando. Aunque ahora que lo pienso, viejísimos recuerdos olfativos me traen a ese olor de mi viejo cuando, en mi infancia, fumaba Jockey Club, y se mezclaban el amor, el Edipo inconmensurable y su aire de tabaco -hasta que abandonó el vicio para siempre-. Qué raro, lo había olvidado. Mi papá fue, y en cierto modo lo sigue siendo, el amor de mi vida. Algo con lo que le gusta bromear, cuando se trata de conocer a algún nuevo novio, o simplemente echar algún reproche o disgusto sobre el hombre en cuestión. “Los otros pasarán, pero el verdadero amor es el de papá”, y se ríe irónico (porque sabe lo que está diciendo), y nos reímos todos.
Vos no te reís mucho, sólo puntualmente, o será que yo río demasiado y entonces todo el mundo me parece serio. En realidad, cada vez que te vi reír, sobre todo de alguna payasada mía, experimenté una enorme satisfacción que evidentemente, no imaginás.
Tu mano en mi cintura, completamente dormida, se acuesta y muere su peso sobre mí.
Pero cuando me muevo, resulta que no estabas tan dormido y que me avisás que no te molesta mi pie sobre el tuyo, me preguntás si tengo frío, si estoy bien, y aún no abrís los ojos. Me sorprende que estés tan atento, que te importe cómo estoy. Te miro y sos un enigma, vos creés que yo te conozco y apenas me conozco a mí misma, y sólo un poco.
Y hablamos un rato así, vos con los ojos cerrados y yo que no te saco los míos de encima. Me pregunto a diario si no seré un poco excesiva con mis miradas, con mis palabras, con mis recitales,  en fin. Y por momentos, siento que para vos es un enigma lo que circula entre nosotros. Yo tampoco sé de qué se trata.
Pienso mucho y es tan brutal el contraste entre, por un lado, esas hipótesis y razonamientos sobre mi modo de vincularme, y por el otro la entrega pasional, amorosa, carnal, musical y poética que me sucede frente a tu persona. Si supieras los laberintos por los que anda mi cabeza, cómo me cuestiono todo y me maldigo y me anticipo al sufrimiento –ah, ese raro gozo en empezar a sufrir antes de que sea necesario-. Pero, como habrás visto –lugar común si los hay-, en ocasiones la razón y la pasión van bien separados, y yo dejo que esa divisoria de aguas me transite. No me preocupo por unirlas, no por ahora. Estoy decidida a fluir.
Hace frío y nos levantamos y tomamos un mates, amago unas cien veces con retirarme a mis obligaciones y demoro la partida. Te abrazo todas las veces que puedo, y respondés con un gesto que se aviene bien a mis brazos y a mis besos. No dejás de sorprenderme. Tengo una especie de disposición al maltrato, y tu amabilidad y sinceridad no dejan de parecerme desconocidas. Te imaginaba desconsiderado, narcisista y autosuficiente. Tal vez seas alguna de esas tres cosas, no lo sé, sin embargo lo que recibo –por ahora- no es eso, y me gusta.
Ya se hizo de noche, tenés que hacer tus cosas y yo las mías. Lo dicho fue dicho, y estuvo bien. Ninguno habita un cuento de hadas, ninguno espera un cuento de hadas, yo no tengo nada de hada ni vos tampoco.
Ninguno tiene mapa ni horóscopo, así que me animo a caminar medio a tientas.
Cuando nos despedimos, el abrazo se alarga y percibo con manifiesta alegría que estás a gusto en ese apretarte.
Y mientras espero que me atiendan en el celular, a punto de partir, ya en la vereda y vos espiando por la puerta entreabierta, me das el último beso.

Carolina Bugnone.

No hay comentarios:

Publicar un comentario