Es que la poesía
me desencadena a mí,
me captura
y amo ser su juguete.
Me despeina
y me lame también,
recibo con ardor y con honor
cada herida que me dejan
sus fauces
hambrientas
o sus tremendas garras
cuando me alcanza.
Y si no me da respiro,
mejor.
Por mí, moriría en ese fuego
abrasada
abrazada
masticada
tragada
y digerida.
Las mujeres
suelen quejarse de que
se las trata
como objetos.
Yo muero por ser el objeto
de esa tirana.
He ahí
mi masoquismo primordial.
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