jueves, 30 de septiembre de 2010

tránsito

no podría definir exactamente qué es
pero leo y no paro
de llorar
dicen los psicólogos que a veces
cualquier excusa es buena para hacerlo

tengo varias

prefiero centrarme en la belleza de esas palabras
crudas punzantes
en el perfil del alma que la escribe
en el vacío que lo persigue
y me persigue
en el desencanto
y el enorme desconcierto de sospecharme no elegida

esos poemas me hacen desear
escribir todo
escribir todo el tiempo
escribirme
como si haciéndolo se escribiera eso
que insiste sin respuesta

ah que no la encuentro
la busco en ese disco
a veces
en esos ojos
en una voz  
en un eros que se ríe de mí

tránsito indefinido encadenado y oscuro
hacia quién sabe dónde.


Carolina Bugnone.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Ahí

Estoy en esos ojos, lo sé, ahí estoy. Con razón no me encontraba por ninguna parte. Es que ayer hallé ese lugar, y no creo que me muevan de ahí por un tiempo. No les pregunté si aceptan alojarme, la verdad, incluso tengo mis dudas. No sé si saben que me instalé. Por momentos me parecía que esos ojos querían asomarse a los míos, a veces entendí que querían mirar un poco más adentro, a ver qué había. Algo vieron, lo que se deja ver con un chispazo, breve pero consistente, diría. Mientras el cigarrillo se consumía, la música caminaba entre nosotros y los vecinos paraban la oreja, pensé “ah, yo me quedo acá”. El asunto es que ahora me necesito para trabajar, para ir al super, para lavar los platos y hacer todo lo que uno tiene que hacer en la vida. Y el asunto es que no puedo salirme de esos ojos, por cierto. Vamos a tener que consensuar, esos ojos y yo. Ellos me sueltan un ratito, y yo después vuelvo por un tiempo largo.
Cuando sea la hora de dormir, yo me acuesto directamente sobre sus párpados, y cuando haya que despertarse abro los míos y me topo con ellos.
Y cuando me quede sola y el alma se descarne en cualquier detalle cotidiano, los voy a besar hasta que se queden sin sueño, y yo sin aire.

Carolina Bugnone. 

jueves, 23 de septiembre de 2010

El sarcófago

Abro la puerta del sarcófago, me duele todo… esas telarañas, ya no sé si son mías o de quién. Bah, a esta altura, qué importa. Estoy tan enredada, telarañas por donde se mire, las manos, el pelo, las orejas, los dedos de los pies… mh, ni que yo misma me hubiera convertido en araña. O si? Me habré convertido? Ah, no, ahí reconozco dos pies y no ocho, no me pasó como al pobre de “La Metamorfosis”. Zafé. Estoy maltrecha pero aún soy yo.
Abro la puerta del sarcófago, cómo tiran los músculos de la espalda, y pegoteada con las telarañas y ese olor a muerto que traigo encima desde que nací. Es que acá, sola, es demasiado desierto, todo encerrado, oscurito y húmedo adentro de esta caja. Por suerte los sarcófagos tienen puerta, o sea que voy a usar esa facultad de abrirse y cerrarse. Sí, la uso, abro la puerta del sarcófago.
Parezco una especie de monstruo transitando la vereda con este envoltorio. Me sacudo un poco, me duele hasta el pelo. Destilo un olor a muerto que ni yo soporto. Las arañitas van bajando desde la nuca por mi espalda, bajan y algunas se caen y las piso, las que sobreviven, siguen su camino. Uh ese reflejo, tremendo verse en la vidriera, qué palidez de momia. Si hasta parece que se me escuchan los huesos. Los escucho. Y los latidos también. Voy haciendo todo este ruido, con estos bichos colgando y este olor y esta cara…
Pero bueno. El que se asuste, que se asuste. Yo, hoy, salgo a dar una vuelta.

Carolina Bugnone.

domingo, 19 de septiembre de 2010

House

Mira Dr. House en silencio, a veces sonríe, lo admira. En cierto modo quisiera ser como él. Más bien cruel, ácido. Sólo tienen en común la inteligencia y el dolor. No el de la pierna, claro.

Durante mucho tiempo se inventó un supertraje, con poderes incluidos y todo. No le faltaron razones. Cuando la vida lo metió de cabeza en el desamparo y dejó que los colmillos se hincaran sin piedad, se las arregló para coser ese traje, y lo bien que le vino.
En épocas de lanzarse a la vida, muchos años antes, las cosas no habían resultado sencillas. Y la sobrevida en la gran ciudad fue discurrir entre pelear y empalagarse, correr y emborracharse. Agujeros y agujeros… llenándose, atragantándose, metiéndose cualquier cosa.

House maltrata a uno de sus pacientes  y se empastilla descaradamente. Él toma otro trago de whisky  y sonríe mientras anhela ser ése. Que se arregla tan bien con sus dolores tirando mierda para todos lados.
Él, no House, cuando se hartó de los tóxicos, descubrió que a ese hueco lo podía llenar con dinero y así fue. Negocios y negocios salieron de los bordes de la necesidad, llenaron otras necesidades. Y ella llegó justo a tiempo, justo. Tomó de él sus necesidades y sus huecos y sus objetos llenadores, y le dio los propios. Transacción a medida. Algo de esta mujer le dio una cierta paz, que luego ella misma arrebató sin saber por qué.

House mira con deseo a la directora de la clínica, mujer hermosa e inteligente. Amor imposible. Tensión a largo plazo. Eros retenido.

Ahora él mira House y ve caer su amor, aún sin poder creerlo. No encuentra el supertraje, ni los poderes, los objetos no llenan nada, la paz se le volvió guerra… camina sobre las trizas, y sin embargo, allí está.
Sobre ellas.
Aunque sangre.
House ya encontró el diagnóstico imposible. Se regodea sin modestia, y lo goza.
Él, sólo toma otro trago.

Carolina Bugnone.

sábado, 18 de septiembre de 2010

intersecciones


las intersecciones nos miran
desde allí
brillando su juntura
degustando habitando hilvanando
atrevidas
desfachatadas
no tienen vergüenza
esas
puntos de anclajes
superpuestas las manos
las bocas
las narices
los pelos
nada las toca nada las hiere

sobreviven
esas desacatadas.


Fotografia Gustavo Muriel 
http://www.photo-b.net/gmuriel

viernes, 17 de septiembre de 2010

Me das alegría

Lo quiero mucho
a un compañero
que se llama Carlitos.
Me da cigarrillos,
me convida -siempre.
Se encuentra conmigo.
Amigo.
Nos acariciamos
me da cosquillas
me visita todos los días mañana y tarde
lo saludo con un beso
le convido mate, caliento la pava
él está del otro lado del alambre
y yo en el patio,
ahí le doy mate
-se lo alcanzo servido.
Me compra cigarrillos -un atado-,
me conversa,
hablamos de la enfermera.
Me pregunta cómo me siento
-si bien o mal.
Cuando estoy con él me siento contenta
es un verdadero amigo.


Liliana Noemí Piñeiro. Interna del Hospital Psiquiátrico "Dr. A. Korn" de Melchor Romero, prov. de Bs. As., en "Romper barreras. Antología", Poesías y testimonios desde un Hospital Psiquiátrico. Ediciones Cinco, 1997, Bs As.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

hogar

en los baños públicos
pasa de todo
los indigentes se lavan la cara
las putas trabajan
media jornada
los maricas gozan
con partenaires desconocidos
las empleadas que los limpian
piden propina
las madres se acercan con asco
resignadas porque el hijo no aguanta
los drogones se drogan
las adolescentes borrachas
vomitan
el alcohol y parte de su alma
los mirones miran
alguna señora los usa
cuando no le queda otra
los vagabundos se quedan dormidos
de tanto tomar
los dealers negocian
las almas vagan
los vampiros irrumpen
y los fantasmas los prefieren
particularmente
para amarse.

Carolina Bugnone

Antes

Ese día
me esperaste en Retiro,
recuerdo también tu mirada
y tu intención
claramente,
me clavaste esos ojos
que aún tengo hundidos
en los míos
y me diste un beso en la mejilla.
La ruta es siempre un problema
y sin embargo
ese problema fue perfecto.
En qué perfecto problema nos metimos
aquel día.

Después,
después de que la gira interplanetaria
nos hiciera rodar
y conocer todos los astros
incluyendo Marte y Saturno,

después de que ese bicho raro
ese amor
se metiera
se nos metiera
completamente atrevido

y después de que le creyéramos
tan crédulos como un par de infantes
-y eso que estamos grandes-
se nos vino el final.

A veces me tomo unos mates
y miro a la ventana
o a la nada.

Respiro el vacío
y el vacío me respira a mí.

Y un día,
antes,
me dijiste
“qué lindo fue encontrarte”.



Carolina Bugnone.



martes, 14 de septiembre de 2010

veneno

El ínfimo veneno que un día
tocó mis labios
y tiñó mis lágrimas
se va cuando te vas,
me queda
como quedan tus silencios
hondos y febriles.

Hueco de espanto
las horas que te nombran.

Nada más triste
que el eco de la nada.

Y lejos,
la música lenta de tu boca
quebrando una paz que nunca tuve,
me destierra
y me destina
hacia el lugar perdido y oscuro
de tu recuerdo.

                                                          
Carolina Bugnone.

lunes, 13 de septiembre de 2010

La cosa



"Así es la cosa"

digo como podría decir

mi vecino,

el diariero,

cualquiera.


Lo digo y en realidad

no termino

de comprender

cómo es la cosa.


Si hablamos de la vida,

el concepto es demasiado amplio.


Del pesar,

cada uno lo carga

a su modo.


El tiempo, la soledad,

lo injusto, el dolor,

los misterios de la vida,

lo inesperado.

Y también lo bello

que en algún sitio anida.


A tanto hueco

tanta palabra.


Libros, conferencias, leyendas.


Es gracioso

ver cómo tejemos


algo


para no quedar enfrente

del agujero,


esa cosa.



Carolina Bugnone

Enero




Enero se deshace detrás de unos ojos

que han dejado de ser míos

como se deshace aquella madeja de sonidos

que nos volvió música.



Quién sabe por qué misterio de la noche

un día tu voz me amarró

y eso la hizo feliz.



Quién sabe por qué dos almas

un día se mezclan como el río con los pájaros

en caminos a veces paralelos

estelas de hondos andares.



Quién puede saber cómo se ama

hasta el hartazgo

hasta el infinito latido lunar

hasta el imposible

y anhelado final de las cosas.



Quién sabe,

amor de mis ahuecados desvelos,

cómo nacen y mueren las almas.



Quién sabe,

amor de mis sueños deshabitados,

cómo se hace para olvidarte.



Carolina Bugnone

Tafí



Tafí

el lugar de los duendes

viejos hechiceros de la tierra

la Pacha

el impensable paraíso

de los cerros

inquietos y espinados.



Tafí

el nido de las almas

como las nuestras

el día que al fin su luna

se encendió en mí.



Fuego de amores

cuenco de sueños

dulce lluvia de tiempo.



Tafí

se lleva mi aliento

en cada fría noche

en cada sol

y alpapuyo desierto.



Tafí

se queda con mi alma

cuando a tu amor

se lo lleva el viento.


Carolina Bugnone.

Tesoro

Me gusta hacer durar las cosas. Conservo algunos objetos que viven desde hace mucho tiempo, señaladores, tarjetas, un jean, una pollera de cuero de mis dieciséis años que llevé a Bariloche, (los libros no cuentan porque no tienen tiempo) aros de la feria artesanal de La Plata, papeles escritos a mano, entradas al teatro, a boliches (las fotos tampoco, son inmortales).
Mantengo con vida esas cosas, las vuelvo a ver, a tocar, a oler cada tanto, y cada sensación que me llevo (su color amarillo, su superficie ajada, su olor a viejo) les da vida por un tiempo más. No las dejo morir. No las dejo ir.
Guardo en mis manos y mi memoria, por ejemplo, algunos poemas de amor que me dedicaron cuando la adolescencia desbordaba en mi ser, y el corazón se confundía de tanto alboroto.
Cuido las palabras que esas amigas me dieron cuando no teníamos ni la más mínima idea de lo que nos esperaba, y cuando escuchábamos Enanitos Verdes tomando mate de té frente al río, en La Salamanca, el club Regatas o Pelay.
No permito que se avejenten los programas de aquellos conciertos de la escuela de música en la biblioteca Popular, en que sufrir y gozar eran casi lo mismo.
Tengo aún ese perfume “Petit Amour” que me regalaron mis amigas del alma –ay los amigos, esa extensión de uno- cuando cumplí quince años.

Algunos opinan que debo desprenderme, que no es bueno conservar lo viejo.
Yo prefiero no soltar ninguna de esas cosas.

Más bien las cuido, las riego, las alimento y las veo crecer, mientras el pesar cotidiano, la urbe, los cajeros, los colectivos, el mar, los horarios, los impuestos y la sombra de los días, pasan.



Carolina Bugnone.

domingo, 12 de septiembre de 2010

esta noche




dejame morir esta noche

ya sabemos que mañana

de nuevo comienza

el día.



dejame morir

esta noche

así este dolor

se esparce

como luz abandonada

y se esconde en agujeros

desconocidos de la casa

y se inquieta entre persianas

entreabiertas

y rueda por la vereda

y se moja

porque aquí

siempre llueve

y el viento lo revuelca

por la noche

siempre hay viento aquí

y el mar se lo traga

de un bocado

porque aquí el mar

es furioso

y engulle



sólo basta dejarlo correr


y que al fin se desvanezca

con el último aliento

antes de que vuelva

a

revivir.


Carolina Bugnone.

Siesta en C. del U.

La siesta en C. del U. es mágica. El tiempo toma otra dimensión, se estira, se retuerce, hace que las cosas brillen raramente, y se opaquen con una luz de una intensidad desconocida. El silencio se corrompe de chicharras, se tiñe de lejanos cantares infantiles, bicicletas ruidosas y músicas que se escapan de las ventanas semiabiertas.
De verdad, es mágica. Trazos y trozos de tiempo ruedan por la calle, husmeando a los soñantes de la siesta, inspiran a poetas adormecidos y escriben notas musicales que volarán mucho más lejos de lo que se espera. No es raro escuchar el llamado del vendedor ambulante o del afilador ofreciendo su oficio sin apuro.
Y la Escuela de Música, corazón indiscutido de la magia, florece de vientos y cuerdas, arrebata la paz y agita la sangre, en la siesta su misterio apaga cualquier razón.
La siesta es un ardor de tiempos que se encuentran y se entraman en un punto, y una queda allí, asombrada, capturada por escenas y presagios. Voces, recuerdos, palabras, es imposible sustraerse al hechizo.
Entonces aparece el duende de la siesta, el hada del río, los dueños de la tierra, cautivando hasta el último hueco de los pensares desprevenidos.
Así, por ser una desprevenida caí presa de esa magia. En ella me enredé.

Todavía sigo allí.


Carolina Bugnone.

sábado, 11 de septiembre de 2010

La mirada

Cada vez que entro en la cocina, ese Bayleys me mira cerrado, expectante. Encuentra mis ojos ni bien paso cerca, no me pierde de vista. No lo abro, no quiero romper esa mirada profunda que me hace tambalear y a veces me eriza cuando me paseo, disimulando, entre la vajilla y los alimentos.
Intenté hacer caso omiso a esas pupilas empalagantes, deteniéndome en el mate largos minutos, mientras saboreo el abrazo amargo a mi garganta, declino ante el calor de yerba… otras veces, quedándome en el té calmante de ciertas noches de ausencia e imprecisiones. O acudo al inefable y eterno vaso de agua, así no más, de la canilla.
Sin embargo, no hay caso. La pequeña botella redondeada me mira con picardía y me trae un perfume inolvidable.
¿Debiera abrirla de una buena vez?, me pregunto. ¿Debiera dejarla deshacerse en la memoria de sus ojos?
Ya no me importa la dulzura de su interior, sólo su mirada. Por eso no la toco. Sólo me paseo cerca y me dejo sucumbir por la intensidad de esos huecos de alcohol.

Y cuando esa mirada me ataca, me dejo atravesar.

Los X.X.



Los X.X.
sin documentos
y sin destino.
Los arrojados
al costado del camino.
Los no remunerados los no bendecidos.
Los que respiran
un aire que no les pertenece
porque también es exclusivo
de los bien nacidos.
A propósito
sugerimos a algún
estadista inteligente
prohibirlo.
Los sin sexo ni edad.
Los X.X..
Sin filiación.
Sin ocupación.
Sin cruz
y sin domicilio.
Les pregunto
a los sabios
¿Son seres humanos o
son un montón de residuos?.

Isaac Lang, ex interno en el Hospital Psiquiátrico "Dr. A. Korn", Melchor Romero, prov. de Buenos Aires.
Publicado en "Romper barreras. Antología" - poesías y testimonios desde un Hospital Psiquiátrico. Ediciones Cinco, 1997.

Lucifer

“El tipo es un fóbico”, dice, y toma un sorbo de café con un gesto de qué me importa, y le importa. La otra mujer se ríe levemente, ocultando los dientes y apenas mueve la comisura de los labios para que la amiga no se ofenda. “Sino cómo se explica?”, continúa, mira hacia el techo mientras habla mordiéndose el labio inferior, y apaga el cigarrillo con fuerza exagerada en el fondo de la taza de café. “Y sí, fijate, primero mirá la onda que tira, después se borra increíblemente”. Y saca otro cigarrillo con gesto nervioso, lo enciende con premura, lo lleva a su boca sin pausa, arroja el humo como si escupiera la rabia y la desazón. “Pero me parece que te estabas haciendo la cabeza, Maru…”. La mirada que devuelve ante tal balazo, mantiene el mismo nivel de artillería. “No, boluda, no. Es un fóbico”. Y sirve la segunda taza de café, esta vez bien amargo, para que ese lago negro le queme la tráquea y le haga olvidarse del hombre.
Afuera empezó a llover por centésima vez en la semana, y se vuelven inevitables las quejas relativas al aspecto climático de la vida. Se suma que es lunes a las 9 de la mañana, y que acaba de entrar al café en el que desayunan, una parejita deseosa de derrochar besos. Las espectadoras miran imantadas por la escena, la amiga sonríe de nuevo y sin disimularlo, Maru destila un cierto odio ante la ostentación que cree cuasi obscena frente a sus ojos.
El celular de la amiga suena desconsolado, atiende y blasfema en voz baja, da algunas directivas y se extiende más de lo conveniente. Maru la oye sin oír y cada tanto desvía sus ojos hacia esa mesa endemoniada frente a sí. Aunque la que se siente endemoniada es ella misma. Puede sentir las llamaradas a su alrededor y la sangre que se acumula en sus ojos aún hinchados, de dormir poco y de llorar y del exceso de clonazepam que se viene tomando hace unos días.
Entonces, mientras la amiga sigue parloteando con mal gesto, ella se levanta de la mesa con un impulso hasta ahora desconocido. Camina sobre las llamas del infierno y su aliento es caliente y húmedo y maloliente, y sus ojos brillan amarillos y desorbitados, y su pelo se crispa y parece un revuelo de lenguas de fuego, y las uñas han crecido profusamente y lucen puntiagudas y negras, y la voz se le ha puesto grave y desencajada, y debajo de su túnica roja aparece el escote insinuante y rojo, como su boca desangrada, como la sangre en sus ojos. Y como un rugido desenfocado, les grita en la cara a los desconcertados amantes.
Y mientras ellos se levantan rápidamente, deciden a la vez y sin consultarse, retirarse del lugar con la mayor velocidad de la que son capaces, no sin antes responderle con un trillado pero no menos efectivo “locademierda”.
Maru se desploma ante la mirada incrédula de la amiga. Vuelve a la silla desinflada, deshilachada, la ropa destruída como la del increíble hulk cuando regresa tristemente a su pueril humanidad. Los cabellos quemados y oliendo a carne chamuscada, las uñas rotas, los labios mordidos. El aliento a cigarrillo y los ojos aún hinchados.
De no dormir y de llorar y del clonazepam.
“Es un fóbico”, repite innumerables veces. La amiga le acaricia la cabeza, aceptando su oficio de continencia y enfermera y bombero. Por el mismo precio. El de la amistad que actúa ante los desvaríos del ser querido.
O sea que la abraza, paga los cafés, la lleva del brazo y la sostiene, toma su cartera y le acomoda el pelo, chequea que tenga las llaves de la casa y se sube a un taxi, rodeándola con su brazo y diciéndole “shhh” como las madres que calman a los hijitos que lloran, o como cualquiera que calla a una mascota que chilla.
La deja en su casa, en su cuarto, se asegura de que vaya al baño, le lava la cara y la ayuda a acostarse. La tapa, le apaga el velador, le vuelve a decir “shhh” mientras la otra ahoga los últimos “es un fóbico” tras un hilo de baba y la mirada perdida.
Se retira silenciosa, cierra con la llave que tiene de la casa de su mejor amiga. Camina hasta la esquina, y se sube al auto con el fóbico.


Carolina Bugnone.

viernes, 10 de septiembre de 2010

El vuelo


La mujer deja que sus ojos recorran las gotitas que caen sobre la ventana, lentas, frágiles. Una brisa descolorida le acaricia la frente, y bosteza. El cielo yace tenue sobre su mirada nublada, como una luz obstinada en no iluminar. Su cuerpo pesado y desbordante contrasta con la sutil belleza de su rostro, con el hermético encanto de sus pupilas. Ha pasado horas en la misma posición, oyendo el vaivén de su respiración y viendo caer una tras otra las gotitas de lluvia en la ventana.
Sobre la cama, restos de comida miran burlones, y las cartas desparramadas entre las sábanas buscan refugio. Las palabras se deslizan en su boca como carozos, como piedras que se arrojan al vacío, como gotas de agua descarriadas. Historias de amores desencontrados, adioses y lágrimas, secretos inconfesables, noticias inesperadas, relatos. No entiende cómo puede caber tanto en tan pequeños papeles, ajados, sucios por el tiempo, húmedos, amarillentos. La mujer acerca las cartas a su nariz, disfruta del olor a viejo, percibe el correr de la sangre y el latido rápido en las letras escritas a mano. Imagina los dedos escribiendo a borbotones, volando como mariposas, y transpira con emoción. Finalmente, es aquí donde sus emociones existen, entre las letras arrugadas y feroces.
Un sobre azulino en sus rodillas, más allá un pequeño papel perfumado, en su falda varias hojas y fotos. Los trozos de comida se mezclan con los papeles escritos, e intoxican el aire con insistencia.
Las historias no son suyas, son historias tomadas sin permiso, sacadas de cajones ajenos. La mujer no tiene historias propias. Se mueve pesadamente entre la comida y los papeles, como un animalito que no sabe lo que busca, respira con dificultad y mira con algo de asombro.
La noche se apodera del cuarto, manto oscuro y encantador, y la envuelve en sueños.


El pequeño insecto revolotea, sus alas se mueven alegremente y titilan bajo la luz del amanecer.
Azul, rosa, blanco, colorean el movimiento. Danza saltarina, recorre los bordes del acolchado, se mete entre los huecos de la biblioteca, se posa en los papeles y los sobres arrugados, busca allí el néctar que no hallará. Entra en un cajón, sale de él, roza una carta abierta.
Un leve salto, un vuelo repentino hacia la luz, el marco de la ventana abierta, el aire fresco. El pequeño insecto agita sus alas bajo el brillo cálido del sol naciente.
Deja a la habitación vacía.
Y vuela, bella y sutil.
Y sueña que es una mujer.


Carolina Bugnone.

Espuma

La ducha estaba caliente, lo suficiente como para aflojar los músculos tensos, contraídos y tercos de la espalda blanca.
Dejó que el agua la golpeara, corriera por su piel sin preocuparse, se metiera en todos los rincones y las curvas insinuantes, inconstantes, y descendiera sin prisa hasta los pies todavía fríos (él se acostaba en la arena caliente y hacía esfuerzos, bajo un sol impiadoso, por no volver a ella en sus pensamientos).
El agua la envolvía, deslizándose sobre cada uno de sus poros cansados, sus piernas blancas, sus manos apenas agrietadas y tímidamente soñadoras (el aliento del mar lo inquietaba, rugiendo a veces, asustando). El jabón torcía su espuma nueva sobre el cuerpo flojo, lamiéndolo con sencillez y llevándose el sudor tibio. Tomó el champú y desparramó un poco sobre el cabello castaño y lacio, sintiendo que el líquido frío se adhería a la piel de la nuca como mordiéndola (nunca creyó en los amores imposibles. Excepto cuando la conoció). Frotó con sus manos el cabello y empezó a sentir cómo la espuma perfumada se apoderaba de su cabeza y la abrazaba, y cómo descendía tristemente hacia los hombros, quemándola (sus ideas rodaban como piedras enloquecidas, un túnel sin puertas que lo dejaba fácilmente preso. Mientras tanto, el calor azotaba lento). Refregó con fuerza y las burbujas del champú crecían a bocanadas, ahora cerca de las orejas, leves e insistentes caían por su cuello, el torso y el vientre (y los gritos del mar se confundían con otros ruidos) aumentando implacables, corrían sobre su frente y los ojos cerrados, vagaban en las mejillas adueñándose de los ojos que seguían cerrados, se metían con placer en las orejas pequeñas (y otros miedos).
Abrió uno de sus ojos pero el ardor fue tan intenso y terminante que debió cerrarlo con fuerza, una lágrima tibia se mezcló con la espuma (largo enredo de sonidos en su cabeza) que crecía y a manotazos entraba en la nariz y tapizaba las fosas. La espuma corría hasta la boca semiabierta e invadía el rojo de sus labios, violaba la entrada hasta toparse con la lengua inquieta (se levantó sin la prisa de sus ideas), ya no podía moverse, la espuma sofocaba los poros abiertos (y caminó hasta la orilla) y el vapor caliente dificultaba la respiración, cubría al cuerpo que caía débilmente dentro de la bañera blanca. Y burlándose de la boca enteramente abierta (y quedaron a sus espaldas los ojos grises que lo siguieron) y cubierta de espuma y los ojos trágicamente abiertos e invadidos de espuma, en una carrera loca de asfixia perfumada (se metió entre la espuma blanca, salada…), en inútiles llamados, en el corte de la respiración, (…fría, terrible…) en la cínica posesión de lo que había sido su cuerpo de mujer.


Carolina Bugnone

soy

me encontré

con esa otra que a veces

soy

sin conocerla.



es una dulce sorpresa

y a veces un desatino

escuchar

lo que sus lejanas penas le dictan

y sus crecientes deseos le imprimen.



esa.



que cada tanto me posee

y cada tanto me olvida.



Fotografía Sebastián Cibau

lo justo

Robert G. Griffeth

Si supiera olvidar

ahorraría tantos desatinos

y los destinos se ahorrarían

tantos recovecos.

Si pudiera saber,

cuántos desiertos sin andar

y entonces

cuánta ilusión no se desharía

despilfarrada

y desparpajada

sobre las tumbas de los deseos.

Y si no quisiera

como quiero

ay

cuánto sordo cantar

y cuánto mudez

hecha de paz y quitando

latires.


Tierra sobre mis muertos,

pero ausencia de mis lunas.



Ni modo de hallar lo justo en la balanza.

o qué

Henri Cartier Bresson
El vaho plomizo de la mañana

asoma

a los corazones agitados

que laten

en las veredas, los coches, los ómnibus,

las oficinas, los bares, las escuelas.

Todo se mueve.

Recién lo noto.

Todo se mueve y no se sabe

si es una inercia

si hay motores

si algo empuja

o qué.



Estoy adentro de esa rueda

y estoy afuera,

transitando esa maquinaria.

De la alegría,

de la tristeza.



Engranajes caminan

arrastrando el tiempo

en sus hendiduras.

Y aún me pregunto

qué los mueve.


Si la rotación de la Tierra,

si los astros,

si dios,

si la sola fuerza de estar vivo


o qué.