jueves, 23 de septiembre de 2010

El sarcófago

Abro la puerta del sarcófago, me duele todo… esas telarañas, ya no sé si son mías o de quién. Bah, a esta altura, qué importa. Estoy tan enredada, telarañas por donde se mire, las manos, el pelo, las orejas, los dedos de los pies… mh, ni que yo misma me hubiera convertido en araña. O si? Me habré convertido? Ah, no, ahí reconozco dos pies y no ocho, no me pasó como al pobre de “La Metamorfosis”. Zafé. Estoy maltrecha pero aún soy yo.
Abro la puerta del sarcófago, cómo tiran los músculos de la espalda, y pegoteada con las telarañas y ese olor a muerto que traigo encima desde que nací. Es que acá, sola, es demasiado desierto, todo encerrado, oscurito y húmedo adentro de esta caja. Por suerte los sarcófagos tienen puerta, o sea que voy a usar esa facultad de abrirse y cerrarse. Sí, la uso, abro la puerta del sarcófago.
Parezco una especie de monstruo transitando la vereda con este envoltorio. Me sacudo un poco, me duele hasta el pelo. Destilo un olor a muerto que ni yo soporto. Las arañitas van bajando desde la nuca por mi espalda, bajan y algunas se caen y las piso, las que sobreviven, siguen su camino. Uh ese reflejo, tremendo verse en la vidriera, qué palidez de momia. Si hasta parece que se me escuchan los huesos. Los escucho. Y los latidos también. Voy haciendo todo este ruido, con estos bichos colgando y este olor y esta cara…
Pero bueno. El que se asuste, que se asuste. Yo, hoy, salgo a dar una vuelta.

Carolina Bugnone.

2 comentarios:

  1. Preioso, muy bonito.
    No parecía un muerto,
    parecía un muñeco,
    como dicen ustedes, lindo.

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  2. los sarcófagos, los muertos y los muñecos...
    abrazo

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