miércoles, 6 de abril de 2011

Cuando nos reíamos

preparando Psicopato con Ana y Caro

                                                        Para mi amiga Carolina Flores


Nos levantábamos temprano y a las ocho te estaba tocando el portero o vos a mí. Y Ana.
Con vos, con ella, descubrí que es científicamente posible estudiar, releer, comprender y retener un mapa conceptual al mismo tiempo que morirse de risa.
No sé, Caro, si volví a reírme alguna vez como en ese entonces.

“Caroline Kraepelin” nos decíamos a las carcajadas, y era más fácil tragar la Historia de la Psiquiatría de Bercherie.
“La significación del falo”, romperse la cabeza y adorar como una divinidad griega a Oscar Lapalma, maestro de maestros en la facultad, que nos hacía entender ese chino nada básico. Al que después no quisimos abandonar nunca más.
Los “borderline” de Otto nomeacuerdoelapellido (¡Kernberg!) y las dosis de muestra con la titular de esa cátedra: ella misma representaba lo que enseñaba, con ese gato en la cabeza, esa mirada levemente perdida y esa sonrisa entre maléfica y dopada.
"Caroline Borderline", nos decíamos también.
"A" y "A prima", vos y yo, imagen a full, dobles.

No sé si me volví a reír así.

Ni hablar del cumpleaños de Sonia, la luz que se apagó repentinamente, chicas (¡perras!) desconocidas empezaron a encarar a sus hombres y vos y yo, tan tan desubicadas en esa escena, salimos muriéndonos de las carcajadas y corriendo. No fuera a ser que esos desconocidos se creyeran que éramos de la misma raza perruna que aquellas señoritas.

Éramos chicas más bien serias, más bien contracturadas, más bien tragas.

Psicopato, bueh, creíamos tocar el cielo con las manos. ¿Te acordás el día que la rendimos, y nos dijeron que entrábamos en la cátedra? No nos cabía en el cuerpo lo que sentíamos, mirá si el cielo hubiera sido tan fácil de alcanzar.

Ni hablar de las motos, de las salidas de a cuatro, de las compras compartidas en Nini.

Nos peleamos y nos amigamos, porque está visto que algunas cosas no se pierden, no pasan, no envejecen, no se quieren ir. Y no se van.

Creíamos en todo, teníamos todo delante de nuestros ojos, soñábamos y nunca nos despertábamos, ¿te acordás? La vida nos fluía. Y nosotras la dejábamos hacer sobre las cabezas, los cuerpos, los amores, las distancias, la facultad.

Que nos caminara por encima la vida, que total todavía nos faltaba lo mejor. Y lo mejor era eso, nosotras espejándonos en las cosas. En las promesas, cuando no esperábamos otra cosa.

Qué lindas. Qué creyentes. Qué entusiasmadas.

Y mierda, cómo nos reíamos.

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