jueves, 16 de diciembre de 2010

Murphy & yo


Tengo una excelente puntería para el error. Me felicito porque soy de las mejores en eso, cierto, me destaco. Donde pongo el ojo, pongo la bala. Murphy y yo trabajamos conjuntamente, sus valiosos aportes afinan mis elecciones, y nunca fallan (aunque los que saben digan que Murphy, en consecuencia con su teoría, también falla!).
Convengamos que la mía es una posición que le ahorra al otro una larga serie de reproches, ya que, ¿cómo culparlo? ¿si fue esa flecha directa, rápida y contundente la que salió de mí? Sí, sí, cada uno pone su parte, ley de leyes. Ley suprema, indiscutible, así funciona todo. Pero… a la hora de sopesar, de mirar el eje de la balanza, de sacar cuentas, y finalmente –digámoslo- de elegir…
…me corono. Sí señor. Ahí enarbolo uno de mis mayores orgullos: la equivocación.
Un psicoanalista diría que justamente ése es el acierto del inconciente: en el error, él se satisface y se mata de risa (el inconciente, no el psicoanalista). Ajá. Mientras tanto, uno las paga…
Hasta que chanflee un poco la puntería. Y quede un margen para esperar que la flecha venga de otro lado, de sorpresa y le dé justo justo en el medio del pecho al amigo Murphy.


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