viernes, 18 de febrero de 2011

La escuela de música: César

César al piano - "Divagaciones", dir. Inés Saavedra, 2009

La escuela de música se fundó un par de añitos antes de que ingresara en ella, y de que naciera. Yo soy del ´74, y tenía seis la primera vez que entré, pasaba a segundo grado y en casa siempre hubo mucha música. Mi papá cantaba (canta) con la guitarra, y mis tíos también: aprendí zambas muy viejas y ritmos litoraleños desde que nací. Soy fan de “La pasto verde” -no sé si alguien más la conoce, me encanta cantada a dúo por mi tío Tabita y mi viejo- “tiempo de la Pasto Verde, zamba del coraje hecho mujer”, dice.
               Me crié entre mosquitos, guitarreadas, Pelay, la Normal, Gualeguaychú, primos, otros parientes en La Plata y la escuela de música.
               Tratar de recordar los años por los que transité en ella, que fueron once, se me hace larguísimo. Fue toda mi infancia y adolescencia, nada menos.
Como me resulta difícil, voy a elegir algún lugar por donde empezar.
Por César Rojas.
La primera vez que lo ví en mi vida, él estaba en un aula (cuando la escuela se situaba en la antigua calle Vicente H. Montero, “la vicente hache” le decíamos). Yo avanzaba desde el patio y lo ví y lo escuché. Según recuerdo, era un patio bien antiguo, como toda la construcción, hasta tenía un aljibe si la memoria no me está inventando cosas. Y plantas, muchas. Desde el patio se accedía al buffet, que era un hermoso antro para los organizadores del Centro de Estudiantes de la escuela, en manos de Omar, otro depositario de mi corazón de la infancia.
César tocaba el piano y lo rodeaban algunos chicos. Tenía trece años pero parecía mucho menor, yo tendría ocho. En ese momento salía magia pura de ese salón: tocaba la canción de la película Flash Dance, de absoluta moda en esos años. Éramos el asombro personificado en un puñado de gurises que oíamos azorados la perfecta melodía que conocíamos por la tele, emanada de ese piano y de esas manos. De ese morochito flaco y sonriente que se quedó con una parte de mi alma desde el primer minuto.
César fue mi amigo desde el principio, si bien en el medio estuve enamorada de él, como seguramente lo sabía o lo sospechaba. Era un período de franca admiración por ese chico desgarbado y que sonreía a pesar de ser un sufrido –porque la vida lo venía cacheteando de lo lindo-. Nunca había conocido –y creo que nunca volví a conocer, y no creo que exista- a una persona con tanto talento, bondad y sufrimiento juntos.
César y el piano eran una sola cosa. No se sabía dónde empezaba y dónde terminaba cada uno. No estoy exagerando, pueden comprobarlo en cualquiera de sus presentaciones en el teatro, hoy viven en Capital, es actor, hace música en escena y dicta cursos y talleres literarios, porque además escribe como los dioses. Pasaron muchos años, pero convengamos que hay cosas que no se pierden. Estaremos más curtidos, más viejos, todo lo que quieran, pero esa luz no se le fue. Nunca.
Entonces, César y el piano se fundían y ese fue mi primer encuentro con la magia. Vino de su mano sin ninguna duda.
Fuimos compañeros de las materias de la escuela de música durante tantísimos años, al menos diez, aunque él iba adelantado porque le sobraba talento, entonces rendía y pasaba a otras materias. Era como una especie de amigo-maestro. Como ahora.
Nunca olvidaré el Andante de Mozart para flauta y piano que hicimos cuando mis trece. Y el maestro Hualpa nos dio unas clases de interpretación, se fue desde Buenos Aires hasta Concepción del Uruguay y nos dictó un curso formidable. En ese entonces me perseguía una ansiedad maligna que no me dejaba disfrutar del todo ni tocar tranquila ni nada. Pero yo lo tenía a él  haciendo un colchón perfecto desde todos los lados, en lo musical, en lo afectivo.
Nos matábamos de risa con él y María José, cuando éramos ya adolescentes. Inventamos al personaje “Cachito”, le poníamos texto, armábamos situaciones graciosas por las que pasaba, como que estaba enamorado de “la Grecia Colmenare” y casi siempre le iba mal en todo.
Tocamos los tres, una vez, “es un pájaro que vuela con alas de papel, se llama amor, si lo encuentras, quédate con él” decía la canción que cantaba María. Y “Gurí en la siesta” de Magma. Me acuerdo de cada nota y dos por tres lo vuelvo a tocar, sin César ni María.
Iba a casa y charlábamos largo. Y cuando se fue a vivir a Buenos Aires, nos mandábamos unas cartas interminables, de puño y letra porque no existía el mail, y cuando empezó a existir ninguno de los dos tenía. Nos conocimos parejas del otro, algunas de nombre, otras personalmente.
Por César y María empecé a leer Benedetti. Y me enamoré en el instante de todos sus cuentos. “La poesía no me gusta tanto, se pone panfletario”, me decía. Los cuentos me atraparon de entrada. También me llevó por la senda de Kafka y algunos poetas.
Un día me hizo una canción, letra y música, para mi cumpleaños de doce creo. Me morí de vergüenza pero guardo el papel original donde está escrita, con su letra.
Otro día me regaló una poesía de otro, que hacía suya para mí.
Yo le escribí muchas cosas, que sólo hace unos pocos meses, como veinticinco años después, le pude dar por mail.
César es un tipo destinado a hacer explotar las cabezas y los corazones de quienes lo ven en escena y lo leen, y llenar de belleza y luz a quienes lo conocemos.

2 comentarios:

  1. Caro, yo no sé que le habrás mandado por mail a este muchacho, pero con este texto seguro lo dejaste sin palabras... Está bueno tener un apoyo así. Nos vemos!

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  2. ja! si, chino, le mandé unas poesías de aquella época y por supuesto este texto. es un gran artista y sobre todo un gran amigo, gracias! salut!

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