domingo, 27 de febrero de 2011

EL POST DE LOS LUNES: Dos Bocados

Robert G. Griffeth

Es una de esas tardes frías de julio en las que el sol falla una y otra vez en calentar los cuerpos. El auto se mueve rápidamente sobre la autovía dos, deja atrás un vuelo de árboles tristes y las líneas blancas que marcan el centro del camino se escapan como abejas asustadas.
Adentro, el nene mayor canta bajito y el menor pega su nariz al vidrio, ocupado en jugar con el vapor alrededor de su rostro.
El hombre oye sin interés los sonidos opacos de la radio, un montón de palabras banales y ajenas.
Las imágenes vuelven y hacen eco en su pensamiento, mientras su esposa –muy lejos de todo aquello- se entretiene con una revista de modas. Ése día él había llegado a la oficina como siempre, había saludado a todos, se había servido un café amargo y se había acomodado en su escritorio, frente a los papeles y la computadora. Las mañanas son últimamente largos tramos de aburrimiento y escenas previstas. El hedor del tiempo que transcurre sin sorpresas empieza a meterse en sus horas.
El sol cae con prisa, anuncia una noche sin grillos y una niebla azulina sobre la luna. El silencio abraza las cosas y los sonidos, ahoga los restos de música en la radio y aprieta las gargantas con indiferencia.
Todo empeora cuando el auto se detiene y no vuelve a marchar.
La mujer despierta sobresaltada y le pide al marido intentarlo de nuevo. Los nenes se ríen lejos de todo, divagan en juegos absurdos, sus ojos sueltan una luz desconocida.
Se quedan a oscuras, sin radio, sin palabras, sin movimiento. El hombre intenta ver qué sucede, revisa una y otra vez el motor aún tibio. Nada explica lo que está pasando. El camino parece vacío y la noche es un agujero de nada que hunde a los desprevenidos.
El hombre siente la presión en su cabeza y no encuentra las aspirinas.
La mujer comienza a sollozar, ruega por algún automovilista despreocupado, alguna linterna encendida, algún indicio de presencia humana. Sólo quiere volver a su casa. Desde que nacieron sus hijos, el hogar es su única preocupación. Se mueve con eficacia y comodidad entre las paredes bien decoradas y los muebles de las habitaciones, y convierte ese espacio en el único posible, el único pensable, el único seguro. Atrás dejó al canto, los años de clases, los ejercicios respiratorios y las arias italianas, como fotos olvidadas, como polvo de tiempo malgastado y bordes húmedos, perfume a viejo, museo de antigüedades. Ahora no desea más que ser una buena esposa y una buena madre. Particularmente eso, el bien para sus hijos.
Los chicos se ríen ruidosamente y cantan cierta canción con letra irreconocible.
¿Chicos, pueden hacer silencio de una vez?
Las vocecitas crecen imperceptiblemente como violines sin dueño que suben y agujerean los oídos, se mezclan con risitas y espasmos entrecortados.
¡Cállense!
Como bocinas y ladridos, mezcla de sonidos confusos, las vocecitas continúan, irremediables, el camino hacia el dolor en los oídos.
Resuenan inteligibles las palabras de un mensaje enigmático.
Resuenan hirientes y desencajados los sonidos agudos.
Los ojos del hombre desorbitados.
Los de la mujer con espanto.
Las pequeñas bocas abriéndose desesperadas aumentan increíblemente, hasta superar el tamaño de sus cabezas.

Lenguas negras.
Saliva espesa.
Dientes afilados.
Un bocado.
Dos bocados.
El silencio atrapa la ruta, el auto, los cuerpos inertes.
Sólo caen los ecos de unos sonidos indescifrables.
Unos raros sonidos, ínfimos, pequeños, inofensivos.

2 comentarios:

  1. aaah noooooo, me encanta esta onda de relatos! es muy bueno, caro, al principio me angustió la angustia de esos padres tremendamente frustrados, pero terminé abriendo los ojos bien grandes y diciendo "grosso"!
    clapclapclap para la bruja a.

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  2. eehh gracias!! este cuento tiene 10 años, lo retoqué un poquito no más. gracias bruja c! jejee

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