domingo, 25 de septiembre de 2011

LUNES: Siempre me duermo en la terminal.


Me subo al colectivo, estoy sola y acostumbrada. Mi mochila y yo, como siempre, en el coche cama, el Cóndor creo. No nos dan alfajores ni sánguches, algo que me parece básicamente mal. Encima no traje nada para comer porque justo un rato antes estuve descompuesta. De unas descomposturas que hacía tiempo no me agarraban: ganas de vomitar, transpiración e inminente miedo a alguna cosa. Bueno, de esas.
O sea que medio dormida por la baja presión (supongo que es baja presión) me acuesto en el asiento bien reclinado y mientras una nenita de dos años no para de hablar detrás de mí, me duermo.
           Siempre me duermo en la terminal, antes de que el colectivo se ponga en movimiento.
Y empiezo a soñar como loca.

Estoy en un circo y resulta que soy mitad bailarina mitad trapecista mitad payaso. Soy las tres cosas a la vez. En ese momento me encuentro con unos payasos gordos y feos, son Oggy Junco y Bergara Leuman vestidos de dorado y con flores en la cabeza. No sé, no nos damos mucha bola e intento pasar, lanzada al viento, a través de un aro de fuego; ellos lo sostienen con mala cara, miran al techo y putean en voz baja pero llego a escucharlos.
Tomo carrera y cuando me tiro por el aro me caigo. Pero me caigo mal, tipo agujero de ascensor. Ya se sabe cómo se siente eso de caer al vacío cuando uno sueña, juraría que en ese evento la vigilia se complota con la pesadilla para que los sentidos se confundan atrozmente.
Mal.
Me despierto contracturada, con frío.
Al lado tengo una chica con auriculares quieta como una momia, la nena de atrás duerme, la señora del otro costado ronca, el olor a café de colectivo es un asco.
Me tapo con el saco y me doy vuelta.
Y sigo soñando.

Estoy en una cervecería con un tipo que conozco de vista pero en el sueño somos amantes. Tengo un saquito rojo y él una campera negra. Hay mucho ruido de autos y de gente, estamos un poco nerviosos. Nos ponemos a hablar, me pasa unos títulos de películas, unos temas de Silvio Rodríguez, unos pensamientos de los que se va a arrepentir, y me muestra su libreta de estudiante. Le hago un chiste sobre la mía, la saco de la cartera y ya no es mi libreta de estudiante sino un papelito borroneado que dice ¿ves? acá está escrito el futuro.
El mozo nos trae una Stella Artois, la botella queda sin abrir y al pibe se le hace la hora de subirse al colectivo.
Lo acompaño, nos damos unos besos espectaculares y se sube, se sienta, cierra los ojos que antes me clavó a lo bestia y se duerme.

Justo cuando se duerme él me despierto yo.
Destapada, se ve que me moví mientras soñaba.
El olor del café mezclado con el del baño me está matando.
La cabeza trabaja más durante los viajes, hay tiempo y suficiente soledad como para enredarse en los pensamientos. Y ahí empiezo.
A veces me hago la payasa -pienso-, a veces escucho a Silvio Rodríguez, a veces me tomo una Stella, a veces hago malabares.
A veces uso un saquito rojo, a veces creo que tengo el futuro escrito, a veces me caigo por el hueco del ascensor.
La nena de atrás se despierta, tengo hambre.
Le mando un mensaje de texto al papá de mi hijo, en una hora lo trae a casa.
Miro por la ventanilla, ya casi no se ve el campo. 
Está oscuro, en un rato llego a casa, dejé el calefactor en piloto y seguro me olvidé prendida la luz de afuera.

4 comentarios:

  1. interpretar los sueños es un ejercicio que todos deberíamos practicar.. aun más que escribir... quizás entonces no tendríamos que pedir direcciones ni darlas

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  2. Me encanta. Encima esta semana batí el récord de viajes en micro y viví en ese mundo de sueño salteado y de cruces fugaces entre perfectos extraños.
    PS: y la Stella Artois es música líquida.

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