jueves, 19 de mayo de 2011

traumdeutung


Era de tarde, estaba templado pero oscuro. Entramos por el pasillo ancho, adelante caminábamos alguien que no recuerdo y yo, y detrás en fila ellos: la pareja, la niña pequeña y el hijo mayor.

Veníamos charlando, despreocupados, sobre cuestiones banales. Cada tanto un silencio.

Cuando me di vuelta para continuar con la charla, advertí un tremendo pozo sin tapar, o mejor dicho, con una tapa de hierro rota, completamente agujereada, en el pasillo por donde acababa de pasar tres pasos antes, esquivándolo. La pequeña, de dos o tres años, venía corriendo derecho hacia el agujero.

Grité dos veces.

Nadie reaccionó. Y  la nena cayó directa y ferozmente a la boca negra, y nadie dijo nada. Salí corriendo, me tapé la cara, lloré, creí que me descomponía. Esperaba el llanto de la madre, su desesperación, pero no llegó.

Fue lo que más me impresionó, la inmutabilidad de esa gente.

Imaginaba a la nena ahogándose en el barro acuoso del fondo o llevada por alguna corriente que desconocía. Intolerable. Intolerable para mí, el estómago se me destrozaba e imaginaba que vendría algún rescate o algo parecido.

Nada de eso sucedió.

La nebulosa cubrió la sucesión de los acontecimientos, sólo recuerdo haber compartido un campamento con esta familia la noche misma del episodio, verlos abrazados y casi sonrientes, el hijo mayor aparte, la madre me miraba con cara de “Dios quiso esto por algo y yo lo acepto”. Claro, pensé, es de esa gente que acepta todo porque dios se lo mandó.

Y de hecho al día siguiente, cuando comenté esto con dos señoras amigas, mayores que yo pero buena onda, me dijeron lo mismo. Que ellos se amparaban en dios y por eso estaba bien que no reaccionaran. Que la desubicada era yo.

No salía de mi asombro.

La escena se complejizó al transitar más pasillos que resultaron ser el detrás de escena de un teatro, luego de un colegio, por donde uno de los alumnos se escapaba de una clase mientras me miraba con cara de “No lo digas por favor”.

Yo no dije nada, pero no me podía sacar de la cabeza a la nena de dos o tres años cayendo por el pozo sin tapar.

De hecho, aunque me despertó el celular en función “recordatorio” (“Demonios, arriba!”) podría haber abierto los ojos por el ahogo, el barro en la nariz, entre los dientes, bajo las uñas y la taquicardia.

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