jueves, 18 de agosto de 2011

elipsis


(ahí voy)

Se puede escribir un tratado sobre el tema. Se puede revisar bibliografía psiquiátrica/psicológica, tirar descripción de diagnósticos, abundar sobre los detalles acerca de la variaciones del ánimo, o incluso lisa y llanamente, sobre la depresión en todas sus variantes, causas y efectos.

Sus consecuencias sobre la percepción del mundo y de las personas; sus efectos sobre la dificultad o imposibilidad de sostener lazos afectivos. Sobre la dificultad o imposibilidad de recibir satisfacciones de parte del otro, por incapacidad misma de cederlas, de dar algo. Para ser más exactos, por la firme convicción de esa incapacidad.

Se puede ahondar sobre las múltiples formas en que el núcleo melancólico en una persona puede afectar severamente la dosis de creencia necesaria para sobrevivir en el mundo, mínima base de fe (sin connotaciones religiosas en sentido estricto) que permita descansar en un lazo, dormirse una siesta sabiendo que el otro está ahí, o que incluso puede no estarlo transitoriamente pero que algo de su presencia resiste los embates y se mantiene en su lugar. Por el ínfimo hecho de la elección de amor que lo sostiene.

Se puede estudiar sobre las técnicas existentes para movilizar al sujeto de esa enferma posición; incluso alternativas a la medicina tradicional, es decir, otras actividades, métodos o prácticas tendientes a restablecer para ese individuo algún sentido posible de la vida –que, entre nosotros, hay que inventarlo porque no está dado de entrada, excepto que el deseo de nuestros padres que nos hizo nacer como personas esté ahí como un nudo de luz dándonos alguna letra-.

A veces el sentido, en los tristes empedernidos, está anudado a lo que se pierde, irremediable e indefectiblemente: lo que ya no está es, sin ningún tipo de duda ni cuestionamiento, lo más valioso. En cuanto se pierde, resulta retroactivamente sustancial.

Se puede también, desde un lugar irracional y más cercano a la pasión que a la ciencia, pretender ubicarse uno mismo en el lugar de esa luz para el otro. Pretensión, la mayor parte de las veces, completamente vana. En la minoría, funciona con algún porcentaje de logro, en la medida en que el sujeto de la tristeza deje un margen para esa entrada.

El aspecto más irracional: la pretensión de dar algo a quien no quiere/puede recibirlo. Y mucho menos, retribuirlo.

Y también el aspecto más sanador o sucedáneo del alivio: cuando existe ese margen, y se lo toma plenamente por pequeño que sea, se transforma en un hilo finito pero de una intensidad insospechada para los involucrados.

Entonces, el amor más ingrato es el que tiene como objeto a quien no quiere ser amado, no siempre por decisión de la propia voluntad sino por designios –históricos- que lo exceden. Es el amor que gira, en ocasiones en el vacío; en ocasiones en breves oasis que sobreviven a la catástrofe subjetiva, embarrándose con gusto en el mundo de las ilusiones, no menos hermosas por efímeras.

Es el amor posible e imposible, como siempre lo es, más allá de las interesantes patologías en que se construya o la anónima normalidad en que se asiente.

Todo se trata del margen, del breve espacio, de la rendija que se deje existir, puesto que a esta altura, hace rato que uno descree de las absolutas verdades con las que creció. Aceptar la muerte de las grandes cosas nos permite vivir la vida de las breves. Aunque suene a slogan de galletitas, admitamos que la mejor parte de la vida se reduce a esos detalles que frenan a la manos en rebote permanente, que dan un respiro, que se alargan en masajes en los pies, que se degustan en una cerveza, que se saborean en los ojos del otro cuando uno le dio algo y el otro lo disfrutó, que se deslizan en las palabras confirmatorias de los hijos, que se sienten en el sexo con algo más y un después, que se leen en la poesía.

Que no hay tratados que expliquen todo ni ciencia que abarque cabalmente la cuestión.

Que se trata de márgenes y detalles haciendo corte en los agujeros negros.

Que es cosa de cada uno y de cada quien qué quiere, qué puede, qué cede, qué toma, qué atesora, qué aborrece, qué desea.

Que voy viendo dónde me pongo, pero en el fondo sé muy bien dónde estoy parada. Más allá de vos.

Que no estamos parados en el mismo lugar, de ningún modo.

Y que no tengo nada más que decir por hoy.


Obra en cerámica de Marta Pardo http://objetosdeartemartapardo.blogspot.com/

2 comentarios:

  1. Dónde hay un salvavidas en este naufragio.

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  2. Acá, Cine: "Que se trata de márgenes y detalles haciendo corte en los agujeros negros". márgenes y detalles, ahí. Abrazo!

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