domingo, 20 de marzo de 2011

EL POST DE LOS LUNES: El trayecto

Todo comienza en la pequeña placita donde está la boca del subte C en la parada Independencia. Es linda, chiquita, los sábados de mañana temprano no hay casi nadie, salvo algún viejito con el diario si no hace frío. Tiene unos árboles muy tranquilos y la vereda está empedrada.
Para mí es un paso rápido, la verdad no me detengo a mirar mucho, más bien bajo casi corriendo la escalera y ahí sí empieza verdaderamente la cosa.
O no, la cosa empieza en la parada Carlos Pellegrini, donde la línea C se combina con la B.
Ese otro mundo huele tan raro, gente, transpiración, encierro, comida, amontonamiento, sábado.
Las paredes están cubiertas por azulejos que parecen pintados a mano, chorreados por pintura verde aguada, son lindos, me gustan. Y hay murales que reconstruyen escenas con caballos, con fábricas, se ven hombres con sombrero, en movimiento, trabajando. Igual que la gente que va conmigo en el subte. Nadie mira el mural ni el verde chorreado de las paredes, o lo disimulan muy bien. Para mí son hermosos.
Arriba, el techo curvo. Unos fierros o no sé qué, cosas de metal grises y opacas.
Los ruidos, los de la tele ésa, y a veces suena la música más la bocina de los trenes más el rugido cuando se acercan. Parada, quieta frente a las vías, siempre pienso en la gente que elige matarse en el subte, aunque no sé si eso sucede muy a menudo o lo imagino porque es un cliché. En un momento de vértigo mitigado, miro sola y como estatua las vías, e invento alguna historia de suicida alcoholizado y con el alma destruida que llega despacio y se tira inexorablemente aunque los que están parados al lado le gritan. O se quedan pasmados y no emiten sonido. Invento su muerte, el terror de los que miran, el ruido de la tele y los rugidos mezclados con un gemido que se ahoga y olor a quemado. Hasta que alguien pasa detrás de mí y me roza con su mochila, me tose al lado o habla a los gritos por su celular y se acaba la magia mortuoria de las vías del subte.
Y la manada.
Ahí vamos, todos cerquita, casi tocándonos, oliéndonos, con cara de nada. Hay que poner esa cara de nada o de cansado para mimetizarse, es mejor pasar desapercibido y esconderse de la diferencia y así apreciar mejor el paisaje.
Camino en medio de la masa por esos pasillos, los miro evitando estancarme en los ojos de la gente que enseguida detectaría al que anda distinto, y se preguntarían qué rara intención tendrá esta chica. Entonces me hago la que soy uno más. Es que soy uno más.
Entro al tren ni bien se abre la puerta, empujada por una señora gigante con bolsas en sus manos y un muchacho de pelo cortito y mochila negra con los auriculares del celular puestos y masticando chicle.
Me toca ir de pie, me aferro a esos cositos redondos que cuelgan para que uno se sienta un poco menos vulnerable ante los movimientos oscuros y rápidos del vehículo. Y no puedo evitar mirar por la ventanilla. ¿Qué querré ver? Si es un pasillo oscuro, corrida en vacío negro, fierros, rieles, nada. Como si esperara encontrarme con algo diferente, como si concentrándome en esas ventanillas pudiera aparecer alguna cosa que me sorprendiera.
Ahí están las mujeres con carteras maltrechas y maquillajes baratos, los adolescentes con zapatillas enormes y las chicas que se ríen y se hablan al oído. Los hombres de pelo largo, desarreglados, con olor a vino y pantalones roídos, y los bien presentados, listos para trabajar, con mochilas grises, leen el diario, mandan mensajes por el celular a sus amantes, a sus esposas, a sus madres. Los músicos errantes y los nenes que te dejan sobre la rodilla  -si es que estás sentado- un paquetito de pañuelos descartables o una estampita de San Cayetano para que les des algo.
Cuento siete paradas hasta Ángel Gallardo y me bajo buscando el aire y el camino que me lleva hacia el mundo de arriba, el de las veredas llenas de mugre y de gente, la calle maltratada por los colectivos, los negocios y el café de la esquina que me espera, donde me tomo una lágrima con medialunas dulces, prendo la net y me pongo a escribir.

2 comentarios:

  1. Excelente crónica! Para quienes no hemos naturalizado "el trayecto" es tal cual la vivencia. Es como volver a recorrerlo... Felicitaciones!
    Fabián (Mendoza)

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  2. Gracias Fabián! el inframundo de los subtes... un abrazo!

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