domingo, 6 de noviembre de 2011

LUNES: El cosito*


Hace calor. Emilia camina despacio como si le estuvieran tirando de los pantalones para abajo, desde el fondo del fondo de la vereda. Casi que se arrastra. Transpira.
Son las dos de la tarde en Concepción del Uruguay, es diciembre, es sábado, no fue al balneario municipal ni al Pelay, nada de playa. Si apenas puede caminar con mediana coherencia por la placita Columna. Pasa frente al Sagrado Corazón, no se persigna, cruza la calle, se sienta en un banco.
Está vacía por suerte, un día como hoy a esta hora no hay ninguna madre o tío o niñera con los nenes en los juegos. Eso piensa, menos mal porque no quería ver a nadie.
Lleva la botellita de agua en la mano y tiene puestos los auriculares del celular, viene escuchando Los Ratones Paranoicos, "Yo quiero verla en el show...". Un tema viejísimo que conoció por Juan, su hermano mayor que ahora tiene como treinta, podría ser mi papá, piensa. Bah, si me hubiera tenido a los quince.
Porque Emilia tiene quince y se muere de calor con esos jeans, hay treinta y ocho grados a la sombra y de térmica cuarenta, no hay aire para respirar por ningún lado. Pero ni loca se pone shorts o pollera corta, nada, no soporta mostrar las piernas, no soporta sus piernas, no se soporta. Y no es que sea gorda, más bien lo contrario, no soporta su flacura pálida y poco femenina, sus huesos contundentes y su altura excedida. Ni su cara larga y blanca, sus ojos color miel y su boca finita de labios apretados que se abre con felicidad cuando larga la carcajada y se cierra con crueldad cuando prefiere callarse.         
Emilia anda contra sí misma, falta a la escuela demasiado seguido, se lleva varias materias a marzo y siempre le queda alguna previa.
El papá putea, la putea. Carlos es un tipo grande para ser su papá, tiene cincuenta y nueve y bastante que crió a Juan, ya no tiene ganas de remar la cosa con la nena. Al menos antes, de a dos, era más fácil.
Susana se murió hace dos años, cuando Emilia tenía trece. Se la llevó por delante un camión en la ruta catorce, a cien kilómetros de Concepción. Uno de esos camiones que van a Brasil por la ruta del Mercosur, esos Scania que corren y pasan y hacen finito y se burlan despiadadamente del límite de velocidad. Bueno, uno de esos. Le pasó por encima al Flecha que venía de Buenos Aires, le destruyó toda la parte izquierda, volcaron y Susana murió aplastada en el acto. Salió en Crónica.
Menos mal que no sufrió, se hartó de escuchar Emilia en el velorio y el entierro. Pero nunca contestó nada a los que se le acercaban repitiéndole eso, creyendo que lo que decían la iba a aliviar en algo. En realidad, a ellos los aliviaba tener algo para decir. Porque convengamos que es complicado decir algo que no sea una estupidez en un velorio de una mujer de cuarenta y siete años, con la nena de trece ahí, escuchando.
Así que a los ponchazos, entre Juan y Carlos, Emilia se fue asomando a la pubertad, el secundario, las salidas, el cuerpo, la cerveza, el amor/desamor, las broncas y la ausencia.
Toma otro traguito de agua y aprieta un cosito que tiene en la mano, se le está empapando de transpiración.
Termina el tema y empieza “Carolina… ya no hay tiempo para mí…”. La canciones de Juan, dice.
Suena el celular, el mensaje de texto le dice “flaca ahí llego”, es Fede.
En la billetera tiene una foto de Susana y ella cuando era bebé, y otra con Fede en La Salamanca, en el medio del parque, al lado del monumento a las manos, se ve el río desde donde la sacaron. Ella está subida a caballito y matándose de risa, él se hace el gracioso y salió bizco y bocón.
Él tiene dieciséis. Ella va al Colegio Nacional y él a la Técnica. Hace un año que salen.
Fede nunca estuvo enamorado hasta la Flaca. Ella sí, vivía enamorada, pero nunca había estado así, de novia.
Andan de la mano, van a la Plaza Ramírez, toman helados de la heladería Uruguay y no se pierden los recitales en El Arca.
La mamá de Fede cree que tiene que suplir a Susana, entonces se ocupa de ella y la quiere como a otra hija. Emilia se da cuenta y también la quiere. Y a veces la odia, porque ella está y su mamá no.
Emilia mira para todos lados, y Fede llega.
Le da un beso largo y la aprieta fuerte. Hace bocha que te estaba esperando. Y bueno es que mi vieja me pidió que vaya al almacén. Calzonudo.
Ella le da el cosito, apretado, mojado.
Él lo agarra temblando, no le alcanza la saliva para tragar, no le alcanza el aire para no ahogarse, no le alcanza la sangre para mantenerse más o menos vivo.
Ella mira al cosito, después a él, después de nuevo al cosito, y otra vez a él. Le da un poco de risa su cara de espanto, nunca lo vio así. Le da esa risa prohibida, como reírse en un velorio, como reírse cuando alguien se siente mal y pone una cara rara.
Pero se la aguanta, no da para reírse, piensa.
Fede está a punto de llorar.
No, no da.
Mira de nuevo al cosito, en la mano de él pálida y desorientada.
A pesar de la humedad, las dos rayitas no se le borran.



*a publicarse próximamente en el libro de cuentos "Humo", Primer Premio al Concurso Literario Municipal Osvaldo Soriano en la Categoría "Cuentos", 2011, Mar del Plata.

4 comentarios:

  1. He terminado de leer
    pensando en un trocito de seda.
    El cosito no sé lo que es
    pero leer esas palabras fue..
    Como si el camión fuera gacela que besa,
    como si mamá mirara mientras en el velorio,
    una fiesta de letras,
    la gente saludara a la niña de un cuento.

    ¡Qué quieres que te diga!

    Dime tú tus libros escritos.
    Agradable sorpresa.
    ¿Puedo conseguirlos?
    Esta vez ansío respuesta.

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  2. Lisardo: el "cosito" es el test de embarazo, cuyas dos rayitas evidencian el "positivo". "cosito" es un argentinismo coloquial.
    No tengo libros! será ésta mi primera publicación en papel, a raíz del premio obtenido.
    desde el otro lado del océano, gracias por leer!

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  3. Me ha llegado mucho, mucho.
    Por otro lado, la musicalización con los Paranoicos es un gol de arco a arco, sin duda.
    Felicitaciones.

    Salú!

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  4. Gracias Sunrise! me alegro que le guste. Aguanten los Paranoicos de los 90s!

    abrazo!

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