domingo, 30 de octubre de 2011

LUNES: antipoesía


"Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.” Gonzalo Rojas.          


las metáforas no me sirven
para nada

las cosas caminan por su cauce
todo es concreto, real y cínico

el colectivo
la panadería
las bolsas del super
el teléfono y la obra social
temprano a trabajar
pido un taxi
miro la tele
puteo
cocino lavo duermo lloro espero
toco canto sueño caigo veo

calle noticiero gobierno
política internacional
ibuprofeno reliverán
seis y media de la mañana
autovía dos
ruta catorce
seis grados, dos de térmica

todas las cosas tienen
un lugar
que alguien determinó por mí
o que existen por sí mismas

no hay poesía en ningún lado,
tras las palabras la magia
se muere
cada vez que miro al costado

o para abajo, los pies
con las medias desparejas
desentendida
del mundo,
que clara y definitoriamente
se arroga
un vacío para mí.


martes, 25 de octubre de 2011

El océano


Breve comentario acerca del concierto del coro de cámara Vox Ensamble en el oratorio del Asilo Unzué, el 22 de octubre de 2011, en la ciudad de Mar del Plata.


El Oratorio del Asilo Unzué es un lugar que empalaga por su estilo rococó y por la mística que entrama lo sacro con el exceso de adornos y pintura dorada. Hacía tanto que no entraba a una iglesia. Y que no me sentaba en esos bancos de madera duros e incómodos. Y que no iba a un concierto de coro de cámara. Y de música culta.
Se sabe que la acústica de esos sitios es ideal para las resonancias corales, que se propagan con pequeños ecos y la música se amplifica. Ese solo detalle acerca del tipo de sonido que se produce, le confiere un carácter particular al asunto. Uno se siente envuelto por las voces, o siente que las voces se elevan, o que vuelven a descender en una especie de onda gigante que engrosa la atmósfera. O también que las imágenes, los cristos y las vírgenes mueven la boca, los ojos, el pecho al respirar, transpiran, tiemblan sus manos, por el sólo hecho de que las melodías y los acordes les dan vida, resucitan a cualquiera, son una suerte de savia o sangre vivificadoras.
Se puede realizar una prueba sencilla y efectiva: una película de terror vista sin sonido no produce para nada el efecto de miedo que provoca cuando se la ve con los sonidos y las armonías que la acompañan -a esta altura, diríamos que no acompañan a la película sino que son parte de ella-. Todo esto para afirmar que la música es algo que está escencialmente vivo y que hace vivir. Y que un coro de cámara, por ejemplo, que suena bajo la cúpula y frente a las columnas y las paredes extrañas de un recinto como éste, es por unos minutos, magia pura.
A quien no pasó por la experiencia de escuchar un concierto en una iglesia, se lo recomiendo fervorosamente.

En Vox Ensamble son catorce cantantes, coreutas para ser más específica. En el concierto al que asistí, la afinación oscilaba entre muy buena y exacta (elemento fundante de una experiencia que sea agradable a los oídos). La afinación lograda y los finales precisos, de frases o de la obra misma, equivalen a un gol de media cancha (algunos años como coreuta y buenos directores le enseñan a uno que hay pequeñas cosas que delimitan una base sobre la que se asienta lo que después será más o menos digno de oír).
                Además, la paridad de las voces se ajustaba cómodamente, sin vozarrones masculinos o chillidos femeninos (léase: bajos, tenores y sopranos) que cortaran el juego de las melodías, que pelearan a los codazos por sobresalir. Por momentos, el ensamble era casi perfecto.
Al oír la interpretación de varios madrigales, uno podía imaginar el entramado de las voces como una unidad que camina, como un personaje que avanzara por la calle con los árboles enganchados en sus brazos y la casa sobre la cabeza y los perros en cada pie y los pájaros en las orejas. El madrigal me suena a seres que se mueven hacia adelante con otros seres articulados, nadie se pisa, los pasos se desplazan sin molestarse pero en interrelación con los otros.
El director: un espectáculo en sí mismo. Simpático, canchero y afín al público, no se reservó chistes y caras graciosas antes, durante y después del concierto. Los que pasamos por coros sabemos que los directores suelen ser señores muy exigentes, malhumorados y nerviosos (no hablo de “las directoras”, tema para otro post), sobre todo si tienen certero afán por la excelencia. Sin embargo, Luciano Garay logró dirigir un coro de cámara con muy buena calidad musical, gesto distendido e incluso divertido.
Lo normal en un coro de cierto nivel es una atención permanente y afilada de los coreutas hacia el director, una mirada que no se corre de sus manos y gestos, o a lo sumo va desde él hacia a las partituras, en vaivén. Vox Ensamble mostraba esa atención extrema, y al terminar cada obra el director gesticulaba un “Bravo!” hacia sus cantantes. Evidentemente, todos estaban  a gusto.

El Oratorio del Unzué no deja de parecerme un lugar raro, repleto de historias tristes de jóvenes internadas, y es fácil imaginar que reinaba no menos que alguna oscuridad por esos días.
Pero la música convierte a las cosas en otras cosas, las transforma y las mueve.
Vox Ensamble transformó el lugar en una bocanada de belleza. Y no puedo más que recomendar que lo escuchen cada vez que quieran sumergirse en un océano del que, estoy  segura, estarán felices de no salir con vida.



lunes, 24 de octubre de 2011

EL POST DE LOS LUNES: De todas las opciones posibles, de Gastón Domínguez*



De todas las opciones posibles, José prefirió caminar en el frío para superar la angustia del domingo. No había sido una buena semana. Lluvia todos los días, pocos amigos en el frente, muchas deudas y Boca eliminado de la Libertadores. ¿Faltaba algo más? Hasta dolor de muelas. Ese domingo se había levantado temprano como todos los domingos pero no como el resto de los días. Era un tipo vampiresco, de los que se quedan leyendo o viendo películas hasta  bien entrada la madrugada. Trabajaba siempre de tarde. Los domingos por la mañana eran su día. Café con leche y medialunas dulces, de manteca, calentitas, recién salidas del horno. El diario. Ese era el preciso momento de la felicidad. Leer Página con el desayuno. El preciso momento de la angustia máxima eran esos mismos días pero diez horas después. La angustia del domingo. Esos subidones en el pecho, como si se estuviera por rendir un final, ese miedo galopante, el terror al lunes, a la muerte, a la soledad que te acompaña, miedo, miedo, ganas de llorar, miedo de no poder dormirte a la noche, miedo al lunes, a la semana. Miedo a la responsabilidad. ¿Responsabilidad? De eso, nada. Por eso, nadie. Por las noches la soledad desespera... La angustia del domingo pega fuerte, sobre todo en invierno. Los pibes, casados y con hijos. Entre tantos pañales y llantos, la angustia del domingo es una carmelita descalza para ellos. Nada de unos partidos de truco, nada de Play, ¿bares?,  nada. Nada de nada. Ya nada. Tenés que crecer, José. Andá a cagar. Pero, José, Jóse, la familia es lo más importante. ¡Andá! José veía en la familia, en la institución Familia, el comienzo de la degradación del ser humano. Se está vivo mientras se está soltero. Cuando te casás, comienza tu muerte (lenta). Todo eso pensaba José todos los domingos mientras se comía todas las medialunas. Y más. Pero como todos los seres humanos, José tenía familia, claro que sí. Pero dispersa por todo el globo. El padre, en un geriátrico. La madre, sola en su casa (cascarrabias la vieja, pero buena gente). Un hermano muerto. Una hermana casada (es decir, también muerta) que vivía en Córdoba capital. Otro hermano, el menor, en España, porque en este país, decía hasta dos minutos antes de hacer el check in. Y José, solo. Muchas novias que huían despavoridas cuando él no quería dar el paso. Las minas le hablaban de proyectos y de futuro y de no sé qué de largos plazos. Y después venía la palabra familia. Y ahí el cristal de amor se rompía haciendo un desastre con los pedacitos. Sangre y lágrimas por todos lados. José llegó a pensar que no pertenecía a su época. No encajaba. Sin embargo, no dejaba de recibir información de los divorcios. En el barrio, en el trabajo, en los talleres, en todas partes había separados. Gente que no se aguantaba. ¿Tan equivocado estaba?
     José salió a las siete y media de la tarde (¿noche?) después de ver los resultados deportivos. Se dijo que caminar era lo más conveniente para ese domingo. Otras veces, prefería quedarse encerrado y superarlo con alguna película. Eso sí, alquilada, porque si era una que dieran en la tele, la angustia se acrecentaba vertiginosamente con las propagandas, o, si era por cable, el sólo hecho de ver el logo del canal podía causar estragos. Otras veces jugaba a la Play. Pero solo no es lo mismo. Ese domingo prefirió caminar. Apenas llegó a la vereda, se dio cuenta de que se iba a cruzar con muy poca gente. En invierno la ciudad se encierra en sí misma. Ni un alma en la calle. Y eso que eran las seis y pico. Vivir cerca del centro tiene sus privilegios. Hay más luz. Pero también más caca de perro en la calle. José pensó en su pasado. Es su presente. Se preguntó si en verdad no está reconociendo los años que carga. Treinta no es joda. Pero a la vez resultan pocos. Cualquiera de más de cincuenta le dice pibe, yo a tu edad. Y todos le dicen ni loco vuelvo a hacer esto. Y José escucha. Los escucha. Y les hace caso. Sin embargo, todo lo que le dicen se lo dicen después de preguntarle cuándo se va a casar. Y él les dice mitad en broma, mitad en serio, nunca. Y ríe como un chico. Pero no lo entienden. Te vas a quedar solo, le dicen. José caminaba con frío. Prendió un cigarrillo. Vio linda ropa en una vidriera. Vio que los precios no estaban a su alcance. Aunque haciendo un esfuerzo… total, qué más da, no tiene que rendirle cuentas a nadie. Puede comprar eso si quiere. Pero no quiere y sigue caminando. Los árboles sin hojas se mueven. El frío crece. El frío del domingo crece. Los subidones, che. Pasó por una disquería y entró a ver qué había. Algo clásico, puede ser Coltrane. Puede ser Miles Davis. Puede ser Vinicius. Optó por Vinicius pero acompañado por María Bethania y Toquinho, juntos en Mar del Plata, en La Fusa. Cuando Mar del Plata tiraba los últimos destellos de calidad. Cuando un domingo por la noche era algo y no esto, la angustia urbana, la gente encerrada. Ciudad cada vez más grande y más pueblerina. La ciudad no ayuda. Pagó el disco y salió. La compra frenó un poco la ansiedad. Dio unas vueltas más y vio una pareja discutiendo. Ya no tenían retorno. Siguió en random y se dijo que el problema es el amor y su funcionamiento en el cuerpo como si fuera una droga. Cuando está adentro, todo bien. Cuando falta, chau. El problema, en verdad, es el pasado, repensó. Cuando había amor a algo. Un sueño, una meta, algo. Era un desahuciado. Soñar qué. Para qué. Treinta años y ya estaba de vuelta, concluyó. Regresó a su casa y tiró la campera en una silla. Prendió la estufa y preparó café. Abrió el disco de los brasileros en Mar del Plata. Saravá para ellos. Saravá porque cantaron alegres en Mar del Plata. La angustia del domingo, a una hora del lunes. Puso el disco en el equipo y escuchó. Escuchó que la alegría es sólo brasilera. Aunque canten al horror. Hay algo, hay brillo. Se tiró en la cama con la ropa puesta después de tomar el café. Le dio frío y se tapó un poco. La angustia del domingo se cubrió de sueño y bossa. Llegó el lunes.     



*Gastón Dominguez, estudiante de Letras en la UNMdP, estudió producción de radio, fue columnista de música y arte en los programas radiales El Puente y Apocalípticos e Integrados (Mar del Plata), tiene una novela (inédita) "El hijo de los héroes", publica diariamente en su blog www.gastondominguezanriquez.blogspot.com 

domingo, 16 de octubre de 2011

EL POST DE LOS LUNES: antiduelo*


siempre lo supe,

el tiempo y el dolor
se alargan como las canciones
que vuelvo a escuchar

la voz que dejaste
en la mitad de la lengua
y la otra
se murió cuando no estabas

atragantarse con palabras
marearse,
callate
no puedo pensar con tanta cosa

me lo recuerda
el agujero que quedó en los ojos
cuando te fuiste

tomalos
tragátelos

ni me hace falta mirar,
para qué los quiero

vino el silencio,
eso creímos

mentira,
el silencio nunca llega.



*leído en la presentación del libro Psicofango I, 15/10/2011, Polo Norte, Mar del Plata.


fotografía: objeto de arte de Marta Pardo 

miércoles, 12 de octubre de 2011

Una cuestión de velocidad


Los amores fugaces no son un problema
siempre y cuando
la velocidad sea precisa.
Ni bien se alargan
como sacudón de terremoto
sin pronosticar
o se adhieren
como la saliva al beso,
algo se desata y muere.

Los amores fugaces que se creen eternos
arrinconan hasta doler
a pesar de las hipótesis mejor argumentadas,
no hay kilómetros o papeles o idiotas
que lo convenzan
de que se retire
sin sangre,

sin que los cortes a la altura del abdomen
dejen ver los órganos
grises y ajenos
boqueando como los peces que se mueren
al respirar por la última vez.

El amor no es fugaz,
es el principio y el final de todo
lo que se niega
a sí mismo,
ruedo al bies,
agua en los dedos,
los olores de la noche.

Contraría la rapidez
con la que las cosas se nos caen,
se pierden o se deshacen,
es un militante de la permanencia.

Los amores fugaces no existen.


martes, 11 de octubre de 2011

Presentación de Psicofango I




El sábado 15 de octubre, a las 20 hs, presentamos el libro Psicofango I


en la librería Polo Norte (Constitución 5843, Mar del Plata)


con lecturas y música.


Leen:


Paula Fernandez Vega


Carolina Bugnone


Mariana Garrido


Gonzalo Viñao


Gastón Dominguez


Pablo Di Iorio


Alejo Salem




Tocan:


Leopoldo Pereyra (guitarra y voz)


Carolina Bugnone (flauta traversa)




A la gorra! (lo recaudado se utilizará para la próxima edición de Psicofango II)




Cortito y al pie!


Los esperamos!

domingo, 9 de octubre de 2011

LUNES: La Basílica


El sonido que flota cuando uno entra en la Basílica es amplio, rebota, asusta, hace eco, se reproduce indefinidamente. El ruido es tan impresionante como su arquitectura. Enorme, color rosa viejo por fuera y por dentro, techos cóncavos,  confesionarios de madera tallada, imágenes hacia los costados, un Jesús europeo-entrerriano con gesto lúgubre, un órgano antiguo que todavía suena, un altar largo e impecable y los chicos de acción católica que cantan con la guitarra en la misa de los sábados y los domingos.
Juanita dirige la parte musical de liturgia, a la que concurren los nenes que van a tomar la primera comunión. Los hace ensayar las canciones de la misa y lanza su voz desmedida al eco tremendo de la iglesia. Lo hace bien, y todo indica que ama cantar tanto como a Jesús. A veces se le va la mano y grita –tiene ese tono aflautado, tipo bocina-, sobre todo cuando practica con los chicos el Himno a Concepción del Uruguay.

El lector se preguntará sobre la mezcla entre lo sacro y la canción patria, y es que en la Basílica descansan los restos del Gran Urquiza, el valiente caudillo federal que desbancó a Rosas y se ganó el odio de los porteños unitarios. En Concepción del Uruguay hay una mixtura natural y espontánea entre la historia política y económica del país y la iglesia. Bueno, como en general en la historia argentina. Pero en ese lugar, la Basílica los reúne de un modo fluido y normal, es común que los chicos que van a tomar la primera comunión ensayen ahí el himno a su ciudad.

Respecto de la calidad compositiva, complejidad armónica y profundidad de la letra de ese amado cántico, sólo diré que no es menos que espantosa.
Pero qué tanto, cuando uno lo canta con fervor patriótico-localista lo que menos importa es si suena bien, si la letra dice algo que valga la pena escuchar o si la melodía es  agradable. Parece un hit de Palito Ortega, es pegadiza. La empezás a cantar y se te queda en la cabeza como un chicle que no te podés sacar del pelo. Si se hubieran esmerado un poco más, sería un placer cantar la canción de la tierra de uno. Pero no.

La Basílica no es sólo la casa del Señor y del Gran Urquiza, también es un sitio musical. El coro municipal, más conocido como el coro de Juanci, despliega sus voces y actuaciones allí con frecuencia, aprovechando que el sonido se magnifica y no es necesario desgañitarse la garganta para que se escuche bien fuerte. Lo mismo cuando hay visitas de coros extranjeros, grupos instrumentales de cámara y conciertos de profesores y alumnos avanzados del conservatorio. Es un lugar apto para que la música se desparrame e impacte como si la voz del mismísimo dios se diera a conocer en ese acto.

Sin embargo, es particularmente un recinto social.
Sobre todo sus escaleras, a la salida de la misa de la tardecita de los sábados. Los adolescentes usan ese espacio para encontrarse, mirarse, hablarse, invitarse. 

Nos vemos en la Basílica a la salida de misa es de las frases que uno más escuchó en sus años de secundario. Esas escaleras sirven para mostrar la pilcha nueva, flirtear con pasión, chusmear (no hay mejor verbo para la ocasión) quién pasa por la vereda, o en la vereda de enfrente, la de la Plaza Ramírez, o en el auto, despacio, por esa calle. Quién cambió el coche, con quién se acompaña. Quién se toma un helado en la heladería de al lado, quién sigue hasta La Delfina a media cuadra. Quién saluda, quién no.
Es una perfecta platea para pasar las tardes de ocio, a partir de septiembre,  cuando empieza el calor húmedo y hay que evitar los mosquitos como se pueda. Sobre todo en la época en que encontrarse cara a cara era lo único que teníamos, sin pantallas de por medio.

En la época del carnaval, cuando desfilan las comparsas alrededor de la plaza Ramírez, la gente usa ese lugar para sentarse a ver. Adelante están las sillas en la vereda, el sitio que se compra para disfrutar sentado del espectáculo, pero siempre queda la opción de amontonarse en los peldaños. Para apreciar desde allí a las bailarinas aceitadas y esculturales, las batucadas enardecidas y los espaldares con plumas y lentejuelas. En otra época, el corso era espacio para los mascaritas, muchachos borrachos y bailanteros que se ponían en la cabeza una especie de casco de tela con mayor o menor producción, imitando una suerte de máscaras, lejanísimas de las que se lucen en el carnaval veneciano.

Esa iglesia da para todo.

Si dios existiera, fuera entrerriano y amigo de satán, sé que se juntaría con él a tomar una birra a la salida de la Basílica. 

domingo, 2 de octubre de 2011

LUNES: Sarcófago


Ser una momia es aburrido                
pero uno se acostumbra.
Uno se acostumbra a todo.

A respirar poco,
mantener los ojos cerrados
aturdirse
marearse
morirse.

Las vendas aprietan la cabeza
y el pecho,
llena de moretones
las desenrosco
a ver qué pasa.

Los insectos 
que me habitan
se entretienen entre ellos,
juegan
como vecinitos el sábado a la tarde
sin vigilancia,
acechan el cajón prohibido
o la puerta sin llave.

Que anden, no más
entre mis piernas.

Nada mejor que un buen sarcófago
para pasar las malas noches.