miércoles, 30 de marzo de 2011

todo

si me alude
si no me alude
si estoy
si no
si permanezco

si me desvanecí
tras las mutaciones
insurgentes
de los objetos

si soy estatua idéntica
a sí misma
o vacío
o camaleónica

si vengo
si voy
si guardás algo de mí
que te pertenezca
si tiraste todo
si se murió por insignificante

como sea
todo me duele
todo
todo
todo
me duele

lunes, 28 de marzo de 2011

EL POST DE LOS LUNES: roma

los caminos que conducen
a roma
están obstruidos
el peaje es caro
no conozco las rutas

aquí me ves
en medio de la nada
a pie
sin mapas
ni dirección

hago dedo
y me escurro en la noche

como las últimas gotas de lluvia
que se tiran desde el techo
más alto
buscando en el golpe seco
con que azotan
la vereda
un final

domingo, 20 de marzo de 2011

EL POST DE LOS LUNES: El trayecto

Todo comienza en la pequeña placita donde está la boca del subte C en la parada Independencia. Es linda, chiquita, los sábados de mañana temprano no hay casi nadie, salvo algún viejito con el diario si no hace frío. Tiene unos árboles muy tranquilos y la vereda está empedrada.
Para mí es un paso rápido, la verdad no me detengo a mirar mucho, más bien bajo casi corriendo la escalera y ahí sí empieza verdaderamente la cosa.
O no, la cosa empieza en la parada Carlos Pellegrini, donde la línea C se combina con la B.
Ese otro mundo huele tan raro, gente, transpiración, encierro, comida, amontonamiento, sábado.
Las paredes están cubiertas por azulejos que parecen pintados a mano, chorreados por pintura verde aguada, son lindos, me gustan. Y hay murales que reconstruyen escenas con caballos, con fábricas, se ven hombres con sombrero, en movimiento, trabajando. Igual que la gente que va conmigo en el subte. Nadie mira el mural ni el verde chorreado de las paredes, o lo disimulan muy bien. Para mí son hermosos.
Arriba, el techo curvo. Unos fierros o no sé qué, cosas de metal grises y opacas.
Los ruidos, los de la tele ésa, y a veces suena la música más la bocina de los trenes más el rugido cuando se acercan. Parada, quieta frente a las vías, siempre pienso en la gente que elige matarse en el subte, aunque no sé si eso sucede muy a menudo o lo imagino porque es un cliché. En un momento de vértigo mitigado, miro sola y como estatua las vías, e invento alguna historia de suicida alcoholizado y con el alma destruida que llega despacio y se tira inexorablemente aunque los que están parados al lado le gritan. O se quedan pasmados y no emiten sonido. Invento su muerte, el terror de los que miran, el ruido de la tele y los rugidos mezclados con un gemido que se ahoga y olor a quemado. Hasta que alguien pasa detrás de mí y me roza con su mochila, me tose al lado o habla a los gritos por su celular y se acaba la magia mortuoria de las vías del subte.
Y la manada.
Ahí vamos, todos cerquita, casi tocándonos, oliéndonos, con cara de nada. Hay que poner esa cara de nada o de cansado para mimetizarse, es mejor pasar desapercibido y esconderse de la diferencia y así apreciar mejor el paisaje.
Camino en medio de la masa por esos pasillos, los miro evitando estancarme en los ojos de la gente que enseguida detectaría al que anda distinto, y se preguntarían qué rara intención tendrá esta chica. Entonces me hago la que soy uno más. Es que soy uno más.
Entro al tren ni bien se abre la puerta, empujada por una señora gigante con bolsas en sus manos y un muchacho de pelo cortito y mochila negra con los auriculares del celular puestos y masticando chicle.
Me toca ir de pie, me aferro a esos cositos redondos que cuelgan para que uno se sienta un poco menos vulnerable ante los movimientos oscuros y rápidos del vehículo. Y no puedo evitar mirar por la ventanilla. ¿Qué querré ver? Si es un pasillo oscuro, corrida en vacío negro, fierros, rieles, nada. Como si esperara encontrarme con algo diferente, como si concentrándome en esas ventanillas pudiera aparecer alguna cosa que me sorprendiera.
Ahí están las mujeres con carteras maltrechas y maquillajes baratos, los adolescentes con zapatillas enormes y las chicas que se ríen y se hablan al oído. Los hombres de pelo largo, desarreglados, con olor a vino y pantalones roídos, y los bien presentados, listos para trabajar, con mochilas grises, leen el diario, mandan mensajes por el celular a sus amantes, a sus esposas, a sus madres. Los músicos errantes y los nenes que te dejan sobre la rodilla  -si es que estás sentado- un paquetito de pañuelos descartables o una estampita de San Cayetano para que les des algo.
Cuento siete paradas hasta Ángel Gallardo y me bajo buscando el aire y el camino que me lleva hacia el mundo de arriba, el de las veredas llenas de mugre y de gente, la calle maltratada por los colectivos, los negocios y el café de la esquina que me espera, donde me tomo una lágrima con medialunas dulces, prendo la net y me pongo a escribir.

jueves, 17 de marzo de 2011

miércoles, 16 de marzo de 2011

preferencias

Kertész

prefiero los amores
con intensidad de catástrofe
viento y sacudones,
con películas francesas y música sin respiro,
tormentas de saliva
y erizamientos múltiples,
principios que arrasan y nunca se sabe
acerca del final

los prefiero enormes,
excesivos como
gigantografías
selladores de pestañas
suspiradores eternos
de material ilusorio

inoculadores de veneno
dulce

los prefiero verdaderos
tanto como el dolor de las heridas
y también suaves
como los besos que alguna vez tuve

como las manos que se juntan a la noche
a la hora de dormir
a la hora de lamerse una a la otra
los hilitos de sangre,
a la hora de escribir poemas
y de mirarse

los prefiero a los ojos.

viernes, 11 de marzo de 2011

Cuadra



Las ganas me esconden
detrás de cualquier manzana
entre San Lorenzo y Avellaneda,
el 241 arremete como un viejo cansado
que corre,
gasta sus pies en un pique
y queda exhausto.

(Qué vida más rara
la de los colectivos,
ruedan todo el día
y no se pueden esconder de nadie)

Estoy en la rama
del árbol más rugoso de la cuadra,
desde arriba miro
las bolsas de supermercado
los encuentros callejeros
los perros
los autos impecables
y el tedio del anochecer.
En el techo
del edificio de la otra calle,
en el baúl
de mi habitación.

En la inútil supervivencia
de los que van a morir
en unos días,
en sus ojos previos y eternos

escapo al disparo
de esas miradas.

Estoy en todos los poemas
en todas las hamacas
en todas las noches
en todos los ojos que alguna vez
tuve
en todas las voces que fueron
mías
en todas las canciones que
me llevé
en todas las veredas que la gente
pisotea con indiferencia
entre
San Lorenzo y Avellaneda.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Sr. D



El destino es un señor muy gracioso, gordito, petiso, más bien pelado. Es circular.
Simpático, pero prefiere no sonreír.
Anda con un maletín lleno de papeles, sellos, curitas y medialunas, es como la cartera de Mamá Cora: adentro tiene de todo.
No le conozco la voz pero supe que una vez habló con uno. Lo encaró como quien no quiere la cosa, doblando en una esquina cerca de Luro y la costa y le dijo un par de frases. Suficiente, dicen que el tipo ahí no más se murió. También escuché que salió corriendo y que después terminó yéndose a vivir al Caribe o algo así.
Andá a saber qué pasó en realidad. A la gente le gusta hablar.
Un día le mandé un mail y lo invité a comer, me dijo que no comía en horario de trabajo, que cuando se tomara vacaciones cómo no.
Más de una vez lo vi deambular por la vereda de casa, camina mirando para abajo, para el costado, para cualquier lado, no es muy bueno disimulando. Lo miro, me mira por el rabillo del ojo y nunca ni una palabra. Es duro para expresarse, el destino. No larga prenda.
Es como los tipos que te dicen “No necesito decirte que te quiero todo el tiempo, yo te lo demuestro”. Es igual, él no necesita hablarte nada, actúa directamente.

domingo, 6 de marzo de 2011

LUNES: Mamotreto, de Maximiliano Provenzani

Robert G. Griffeth

Hubo pétalos y hubo fiebre. Los pliegues de las sábanas marcadas por todo el cuerpo como várices y el estruendo de la persiana que se levanta para que entren las cinco de la tarde por la ventana. La boca pastosa y los vahos del almuerzo. Siempre igual, todo igual, como una lección aprendida y repetida como un loro, de lunes a viernes, incluso algún sábado también, por qué no, si los sábados son iguales a todos los días. Hubo nubes, sí.
Me despierto y estoy solo, y aunque ya estoy viejo, desde México un real visceralista que no existe ni existirá me lanza las esquirlas de sus versos envenenados, desesperados; quise a todas las que me quisieron, dice, y a las que no, las amé hasta la locura. En el humo negro de mis suspiros dibujo sus caras y sus siluetas; a todas las quise y a todas las engañé, digo, y es un recuerdo amargo y es un dolor profundo, es una lluvia de aceite hirviendo que me separa la piel de la carne y la carne de los huesos, y soy tan sólo un muñeco, un mamotreto tuerto sin lengua para lamerse. Hubo heridas, pero ahora hay siestas. Eternas, festivas, irreemplazables. A las hermosas, a las divinas, a las odiosas, a las terribles, a todas las llevo encima, y son llagas en mi boca nutriéndose de saliva y sal. Me robé todos los besos que pude, y aunque hubiera preferido algunos más, hoy me doy por satisfecho. Pero es mentira, porque mentí. Y habrá desierto, y habrá alacrán.

www.cuentochino.wordpress.com
i

sábado, 5 de marzo de 2011

De más

Robert G. Griffeth

sobra todo esta noche
sobran palabras
actos

que olvidé pero no me dejan
en paz,
no sé qué historia
por el cuerpo tendido y amarrado
me pasa

abiertos
no se duermen
los ojos,
blanca con lunares
me atraviesan los poemas

me paso la noche
arrugada,

mejor estarían ahí
arrugados
los poemas

y aún
los actos
las palabras
hoy
están de más

martes, 1 de marzo de 2011

profesión


y se sueña
en esta casa
con los ojos abiertos

y la lengua
blablabla la lengua

los ojos de llorar
la garganta
se desata con un deseo
anónimo
y se la anuda
en esta casa

se anudan
los hilos que tiran
se deshilachan
y los que se cortan

se los corta
y se los ata
y se envuelve
al dolor
se lo envuelve

y primero se lo deja
gritar
fuerte alto claro
que corra
su voz de madrugada
vacía

su lengua blablabla
los ojos abiertos
y se sueña

y se despierta también
en esta casa.